El Museo de la Ciudad de Querétaro presenta La gravedad del susurro, una exposición que reúne obras de Erin Frost, Martín Soto Climent y Pablo Arellano bajo la curaduría de Polina Stroganova.
La exhibición constituye la tercera variación de un proceso colectivo iniciado en 2024. En esta edición, los artistas desarrollaron piezas creadas específicamente para el exconvento que alberga al museo, explorando la noción del secreto desde una dimensión filosófica, psicológica y sensorial. La exposición propone una experiencia inmersiva donde la intimidad, la memoria y el silencio se entrelazan en una coreografía de pinturas, esculturas y objetos.

“He comprobado que la colaboración no es solo un método, sino un estado de confianza en construcción, un tejido”, afirma Polina Stroganova, quien desde hace dos años acompaña a los artistas en este proceso.
“La curaduría puede ser también una forma de convivencia prolongada, donde la exposición se convierte en una consecuencia natural de la relación, más que en un punto de llegada”, agrega.
Para esta tercera etapa, Stroganova propuso indagar el concepto del secreto desde el propio espacio del museo, un recinto cargado de historia.
“Un secreto siempre implica una decisión: qué comparto y qué no, a quién incluyo y a quién dejo fuera. Puede generar distancia, pero también abrir una posibilidad de intimidad. En esta muestra, el secreto se convierte en una experiencia sensorial y espacial, algo profundamente físico y completamente intangible”.
En ese tejido curatorial, Erin Frost (California, 1973) aporta un lenguaje pictórico meditativo que explora la relación entre lo corporal y lo metafísico. Radicada en Ciudad de México, Frost concibe su práctica como un espacio de contemplación y diálogo interior.
“Originando desde un tipo de huella, una esencia corporal permite una imprevisibilidad y constituye un lenguaje abstracto y espontáneo. Las obras de esta exposición mantienen una conciencia y una respuesta hacia la presencia y las creaciones de los otros artistas”, explica la artista.
Inspirada por el concepto japonés shoshin o “mente de principiante”, Frost trabaja desde un estado de apertura, donde el azar y la intuición guían el proceso creativo.
“Trabajar en un estado abierto sin imponer un resultado específico permite una fluidez del proceso. Esta revelación exige una suavidad valiente, estar abierta en el diálogo y en el gesto”.
Sus grandes pinturas al óleo se expanden hacia lo abstracto, revelando una sensibilidad compartida con sus colegas y con el espacio mismo del museo.
Silencio y meditación
Pablo Arellano (México, 1991), escultor formado en Concordia University, Montreal, traduce el tema del secreto en un lenguaje material que oscila entre lo ritual y lo simbólico.
“Desde la primera visita al Museo de la Ciudad de Querétaro me impactaron las características históricas y arquitectónicas del espacio. Como antiguo convento con una breve historia de prisión, está atravesado por una carga simbólica del claustro, del silencio y de la interioridad que se puede sentir físicamente”.
Trabajando con cerámica, piedra y metal, Arellano concibe la escultura como una extensión poética del entorno, una continuidad entre la materia y la emoción.
“La temática existe dentro de un campo lleno de misterio, bajo un manto velado que abarca la necesidad de esconder o revelar los lazos entre lo interior y lo exterior, lo material y lo etéreo”, comenta.
Martín Soto Climent (Ciudad de México, 1977) aporta su exploración constante del deseo, la temporalidad y la fragilidad. Reconocido por su manipulación poética de objetos y materiales cotidianos, Soto Climent entiende la intimidad como una fuerza esencial y universal.
“Toda mi práctica gira en torno a la intimidad como cualidad existencial del ser humano. La gravedad del susurro es el tema conceptual bajo el cual unificamos la muestra. Trabajamos en conjunto para lograr un montaje depurado que hiciera del susurro una sustancia corporal con la cual vincularse sin necesidad de revelar su misterio”.
Para el artista, el exconvento, con su atmósfera de silencio, refuerza esa dimensión efímera y meditativa: “Desde ahí puede ser mucho más natural relacionarse con la fragilidad de la existencia y despertar la curiosidad del espectador para escuchar la reservada presencia de un susurro”.
En conjunto, La gravedad del susurro no solo propone una exposición, sino un ejercicio de escucha compartida entre artistas, curadora y público.
En palabras de Stroganova, “el arte puede ser algo profundamente íntimo y personal, capaz de aludirnos directamente como espectadores, que lo que nos llevemos no sea únicamente información o imágenes, sino una sensación que despierta dentro de nosotros”.
PCL