La exposición Blanco impuro, de la artista polaca Magdalena Firląg, se presenta en Estudio Marte bajo la curaduría de Darío Fénix y con el apoyo de la Embajada de la República de Polonia en México.
Concebida como una instalación site-specific, la exhibición propone un diálogo entre la sal y la arena volcánica, dos materiales que se enfrentan, se mezclan y se separan, revelando un paisaje en constante transformación. En este espacio, el blanco —tradicionalmente asociado con la pureza— se despoja de su significado original para convertirse en un terreno de erosión, memoria y resistencia.
“Desde el primer contacto con la materia, la obra comienza a tomar decisiones por sí misma. Cada intento de control se disuelve en su propio ritmo, en la temperatura, la humedad o la textura de los objetos. Incluso durante la exposición, la materia continúa transformándose —como un organismo vivo que respira y reacciona a su entorno”, explica Firląg.
Formada en la Academia de Bellas Artes de Varsovia —donde obtuvo su maestría con distinción—, Firląg ha desarrollado una trayectoria internacional que combina técnica y experimentación. Ha realizado residencias en Nueva York, Vietnam, Japón y México, y actualmente cursa el Doctorado en Artes Visuales en la FAD, UNAM.
Su obra se caracteriza por una profunda investigación sobre la materia efímera y el paso del tiempo: desde cáscaras de naranja que se descomponen bajo el sol chiapaneco, hasta superficies cristalizadas por la sal, donde la permanencia es sustituida por la transformación.
“Durante más de 15 años he transitado desde la búsqueda de permanencia hacia una aceptación del cambio y la pérdida como parte del proceso creativo. “La autoría, en ese sentido, consiste en la decisión consciente de ceder el control: de compartir la creación con el tiempo y con las condiciones del entorno”, comenta.
El avance de la materia
En Blanco impuro, los objetos cotidianos suspendidos en el espacio —cubiertos por una cristalización blanca— parecen restos arqueológicos de una casa olvidada. La sal, brillante y viva, contrasta con la densidad oscura de la arena volcánica, generando un juego de oposiciones que trasciende lo formal.
“Me interesa que nada pueda resistirse del todo al avance de la materia”, dice Firląg. “Esa lenta invasión blanca cubre y transforma todo por igual, es una metáfora del tiempo y de la memoria”.

Su reflexión sobre el “tiempo mineral” es la siguiente: “Trabajar con sal, arena o piedra me obliga a ajustar mi ritmo y observar procesos que escapan a mi control. Frente a su lentitud, las urgencias contemporáneas se disuelven”.
Firląg no rehúye los debates filosóficos de nuestro tiempo. Su pensamiento dialoga con el posthumanismo y el ecofeminismo, así como con la tradición de artistas polacas de los setenta como Teresa Murak o Magdalena Abakanowicz, quienes trabajaron con materiales orgánicos y procesos naturales.
“Me identifico con la idea de lo radicante”, afirma, citando a Nicolas Bourriaud, “ese ser que se transforma y se reancla constantemente”. En su caso, ese reanclaje se da tanto en la materia como en su propia biografía nómada: Polonia, México, Vietnam o Japón, cada territorio deja su huella en su manera de mirar y de hacer.
Para Firląg, el blanco ya no es pureza ni vacío. “Me interesa ensuciar ese símbolo y abrirlo hacia una comprensión más amplia, más permeable”, dice.
En su visión, los conceptos de identidad, verdad o nación también deberían contaminarse, dejar de sostenerse en ideales de homogeneidad para abrazar la mezcla y lo intermedio.
Blanco impuro propone precisamente eso: una estética de lo inestable, una poética del desorden donde el error y la impureza son parte del equilibrio vital.
Después de esta exposición, la artista planea regresar al dibujo y experimentar con mosaicos de vidrio reciclado, una técnica que asocia profundamente con México. Sin embargo, más que los materiales, lo que persiste en su trabajo es la búsqueda: comprender cómo la materia vive, se transforma y nos transforma a nosotros con ella.