Sus manos, un trozo de tela y cucharas de aluminio aplanadas son las herramientas con que hombres y mujeres amasan, moldean y dan vida a cada una de las piezas de barro bruñido que elaboran. Se trata de los ngiwa, un pueblo originario asentado en Los Reyes Metzontla, que ha heredado una tradición ancestral que les valió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2005: la alfarería.
Escribir sobre Los Reyes Metzontla es hablar de una población asentada en la mixteca poblana, donde las generaciones están inmersas en uno de los oficios que no solo representa su medio de subsistencia, sino que los ha encumbrado al ganarse un espacio en la alfarería mexicana. Es una actividad que lentamente les ayuda a mejorar su condición de vida y a salir de la pobreza extrema que vivieron sus antepasados.

La palabra ngiwa significa “los habitantes o dueños de las llanuras”, un término que reconoce el orgullo de pertenecer a una región geográfica específica del Valle de Tehuacán, en el sureste de Puebla, cuya identidad se cimienta en creencias, tradiciones, pensamiento, usos y costumbres.
También conocidos como popolocas —nombre que los mexicas les dieron despectivamente por su forma de hablar—, los antecesores de esta comunidad indígena fueron pioneros en la domesticación del maíz hace miles de años y crearon una rica cosmovisión con profundas raíces en su territorio.

Julián García Morales, artesano de esta población, cuenta que la alfarería es una actividad que se practica desde muchos años antes de Cristo. Así lo revelan investigaciones realizadas por geólogos que han llegado a la comunidad para estudiar su tierra. Desde entonces, los conocimientos sobre el barro bruñido se han transmitido y cuidado de padres a hijos.
Para él, se trata de una herencia de sus abuelos, quienes divulgaron sus experiencias técnicas: desde la extracción del barro, la peña y el talco —materias primas consideradas “patrimonio del pueblo”—, indispensables para crear una gran variedad de piezas.
Técnica prehispánica
El procedimiento que siguen los artesanos del barro se remonta a siglos antes de Cristo. Las personas han mantenido las técnicas prehispánicas que aún forman parte de la tradición de los ngiwa, quienes no utilizan torno ni moldes. Cada una de las piezas se elabora “a pulso”: se inicia con una base, de donde parte la creación de sus artesanías únicas.
Aproximadamente 90 por ciento de los cuatro mil habitantes de Los Reyes Metzontla se dedican a la alfarería como principal sustento.
El trabajo del barro ha convertido en artífices a los habitantes de esta población, que han mantenido procesos y técnicas heredadas. En la mayoría no existe competencia, sino una hermandad que alimentan día a día al juntar sus piezas para cocerlas en un horno, exhibirlas en el Centro Comunitario e incluso comprar a quienes no forman parte de este grupo de trabajo.

Todo esto ocurre tras un proceso riguroso que inicia con la extracción del barro y la piedra, labor que realizan los hombres en jornadas que comienzan a las cinco de la mañana. Llegan a la mina donde antes descendían entre 100 y 200 metros; era un trabajo peligroso, con derrumbes que incluso cobraron la vida de dos personas.
Tras los decesos, los artesanos se organizaron y limpiaron la zona para cambiar la dirección de la extracción. El barro lo obtienen de excavaciones en los cerros que rodean a la población, enclavada en la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán, una vasta extensión protegida por el gobierno federal que abarca 490 mil 186.87 hectáreas y comprende 51 municipios: 20 en Puebla y 31 en Oaxaca, con una gran diversidad de climas.
En Los Reyes Metzontla la vegetación es escasa, pero los pobladores valoran la enorme riqueza de su tierra, formada hace miles de años y que constituye a la materia prima de este oficio practicado por adultos, niños y niñas desde los cinco o seis años, quienes se involucran en distintas tareas, incluso en la elaboración de piezas.

Lo hacen jugando, y precisamente así le toman cariño; se sienten parte de esta tradición. Es común ver que alrededor de la mesa donde trabaja un adulto, las niñas y los niños amasan el barro y comienzan a moldear diminutas figuras: sus primeros pasos y muestras del talento que desarrollarán después.
Por ello, la alfarería sigue siendo una alternativa de trabajo que las familias mantienen en sus propios domicilios, donde acondicionan un espacio como taller, la mayoría con materiales adaptados. La principal herramienta son sus manos y su mente, que dan forma creativa al barro.
Bruñido ancestral
El trabajo que las artesanas realizan para obtener el barro es minucioso. Inicia con la extracción, el secado y el retiro de raíces y hojas. Luego lo colocan en agua durante 15 a 20 días, hasta que se desintegra y se convierte en un material fino: la materia prima con la que elaboran las piezas, que dejan secar cuatro o cinco días antes de iniciar el bruñido.

Este procedimiento consiste en tallar con una piedra de cuarzo el jarrón, plato o taza, recorriendo cada milímetro con delicadeza para dejar la superficie lisa, brillante y lista para hornear.
Karen García explica que para bruñir una pieza pequeña tardan hasta dos horas. Ese tiempo, dice, “es un momento de relajación”. Es un trabajo constante y fino, pues de su precisión depende la calidad final de la artesanía.
Tradicionalmente, los artesanos y artesanas ngiwa de esta población —perteneciente al municipio de Zapotitlán Salinas— basaban su producción en comales, cazuelas y ollas de distintos tamaños que vendían en mercados y ferias.

El salto lo dieron hace aproximadamente dos décadas, cuando el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart) volteó a verlos, conoció su técnica ancestral y se interesó por capacitarlos para diversificar su producción y mejorar su condición de vida.
Adela Cortés, artesana de la comunidad, cuenta que a partir del año 2000 comenzaron a recibir capacitación que se sumó a su destreza natural. Así fueron creando nuevas piezas, aplicando ingredientes naturales como cera de abeja para dar mejor brillo y vegetación para colorear el barro, libre de plomo.

El acompañamiento de la administración de la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán los motivó a crear piezas no solo para uso doméstico, sino también de ornato. Estas nacen en su imaginación y cobran forma con la maestría acumulada a lo largo del tiempo, que les permite moldear el barro —material dócil entre sus manos— según los caprichos creativos de cada alfarera.
Proyección nacional
Para dar mayor impulso a esta artesanía, que lleva impreso el talento de cada creadora, el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart) comenzó a organizar concursos entre los productores de la comunidad para exhibir su trabajo.
Por la calidad de sus piezas, fueron invitados a participar en una competencia entre estados, resultando ganadores del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2005, que los hizo merecedores de una gratificación económica de medio millón de pesos. Ese dinero se destinó a la construcción del Centro Artesanal, uno de los principales escaparates y puntos de venta que poseen, donde se reúne una diversidad de obras elaboradas por más de doscientas artesanas, quienes dejan en cada una una pequeña parte de su vida.

Al estar dentro de la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán, Los Reyes Metzontla forma parte de un patrimonio biocultural representado por manifestaciones como esta, un legado cultural que conserva su técnica sin perder la esencia prehispánica, pese a la diversificación de las artesanías y al fortalecimiento económico de la comunidad.
Por toda esta amalgama de valores, fueron invitados al Museo de Monte Albán, en Oaxaca, para intercambiar saberes con artesanos de Atzompa que también trabajan el barro. La dirección de la Reserva de la Biosfera promovió este intercambio junto con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la Agencia Japonesa de Cooperación para el Desarrollo.
En ese marco, las artesanas de Los Reyes Metzontla realizaron una demostración de su trabajo que despertó el interés de las autoridades, quienes han mostrado su voluntad de mantener viva esta tradición ancestral y respaldar a sus herederos, que imprimen el alma en cada pieza que moldean.

Una tradición que ha perdurado a través del tiempo y que se niega a morir, pese a los embates de la modernidad.
AAC