Son pocas las personas que aún conservan las amistades que hicieron en sus épocas de secundaria o primaria. Dar con una es como hallar una aguja dentro de un pajar, pues el común denominador es que esas amigas y amigos con quienes creíamos estar toda la vida se queden en el camino: algunos se cambian de escuela, conocen a otras personas o deciden no volver a hablarse.
“Las amistades en cada etapa de nuestro desarrollo van cambiando porque nuestras necesidades también son diferentes”, señaló la psicóloga Isela Guadalupe Román Tirado.
Por supuesto, hay ocasiones donde no nos percatamos de que llevamos meses sin ver a un amigo o quizá lo hacemos cuando algo— una persona, un objeto o un suceso— nos hace preguntarnos “¿Qué habrá pasado con él?”.
¿Sin embargo, qué sucede del otro lado de la moneda? Es decir, cuando somos conscientes de ese alejamiento, lo sufrimos y hasta nos preguntamos por qué algo que parecía tan valioso se esfumó “como si nada”. Para ello, MILENIO conversó con Román para dar respuesta a la gran pregunta “¿Por qué mi amigo ya no me habla como antes?” que tantas personas han buscado en Google— y hasta al “consejero” Chat GPT—.

¿Por qué las amistades cambian?
Desde la infancia hasta la vejez, las amistades son una de las principales redes de apoyo en la vida de un ser humano.
Pero difícilmente una persona mantendrá las mismas amigas y amigos con los que solía juntarse en el recreo durante la primaria; y quienes sí lo logran, señaló Román, atraviesan largos periodos incomunicados o en donde ninguna de las partes tiene tiempo para nutrir esa amistad.

Cuando los espacios, tiempos, o circunstancias en las que se forjó una amistad cambian, es inevitable que ésta también lo haga. Por eso, pocas veces en la adultez mantenemos a los mejores amigos o las mejores amigas de la infancia, pues las necesidades— tanto de una como de la otra parte— son diferentes.
Por ejemplo, en los primeros años de vida, las niñas y los niños apenas comienzan a explorar el mundo social más allá de su cuarto, su casa o los espacios familiares cercanos. Algunos empiezan mucho más temprano en la guardería, pero en otros casos su primer contacto con “las y los compañeritos” es hasta la pre-primaria (o el kínder).
“En esa etapa empezamos a conocer y a desarrollar nuestras habilidades sociales e individuales”, señaló Isela.
En la adolescencia las amistades suelen forjarse a partir de los gustos y para reforzar la identidad que el o la joven está creando. Es decir, si a la niña le gusta el fútbol, se juntará con quienes pueda jugar o ver un partido; o si el niño colecciona cartas de algún videojuego, buscará unirse al círculo donde pueda enseñarlas y hasta intercambiarlas.
“(Aquí) es esencial que busquen el apoyo emocional fuera de la familia. Por eso se van desprendiendo un poco más”.
Pero aunque el último día del último año de secundaria las y los adolescentes juraban extrañarse mientras se escribían mensajes en la playera de la escuela, es en la adultez donde el duelo por distanciarnos de un amigo o amiga es mucho más intenso y significativo.

Amistades en la adultez: el duelo más fuerte
Las amistades de la pubertad y adolescencia suelen ser efímeras y superficiales; no así las que llegan durante la adultez.
Sin importar si la persona se encuentra en sus 20’s, 30’s o 40’s, en esta etapa se prioriza calidad sobre cantidad. Esto, explicó Isela, porque se convierten en figuras de apoyo estables y con quienes compartimos experiencias más significativas: las pesadas juntas del trabajo, el “salto” a la vida independiente, el primer “trámite de adulto”, etcétera.
De ahí que hay un mayor duelo cuando deciden salir de nuestras vidas o, incluso, al reconocer que ya no nos encontramos “en el mismo canal” o ya no están los valores por los que alguna vez nos conectamos. La famosa frase: “Yo no te conocía así”.
“Sí fue la persona que conociste, solamente que cambió. Entonces es poder aceptar el cambio y si no, si hay como un empate, está bien ya no seguir la relación”.

Lo que sí es normal, destacó Isela, es que al estar mucho más llena de compromisos (con la familia, el trabajo o la pareja), es normal que haya distanciamiento. Incluso, la frecuencia, intensidad y duración de cada salida no serán iguales a, por ejemplo, cuando compartían horario de trabajo; eran roomies o vivían en la misma ciudad.
“Sí hay una distancia como tal, pero eso no significa que nos quedemos sin amigos. (La amistad) requiere otras formas de cuidado”, subrayó la psicoterapeuta.

¿Cómo conservar una amistad?
Aunque en cada etapa de la vida las amistades requieren un cierto “mantenimiento”, Isela Román destacó tres puntos esenciales para la supervivencia de una amistad.
Comunicación y apertura
La transparencia será el mejor antídoto contra el paso del tiempo: externar nuestros sentimientos, las nuevas necesidades y rutinas o los cambios que ya nos incomodan.
Empatizar
El refrán “para recibir, hay que dar” no es fortuito en temas de amistad. Así como debe prevalecer la honestidad y el diálogo, también es necesario que haya flexibilidad de ambas partes para llegar a nuevos acuerdos.
“Escuchar, entender y considerar que la realidad de la otra persona es muy diferente a la mía”, explicó la psicóloga.
Actividades de conexión
Más allá de cuántas veces se ven al mes, es procurar que dichas salidas o momentos de recreación permitan reforzar la conexión. Tales como realizar una videollamada, comer una vez al mes con la otra persona o irse de viaje cada dos meses.
“Nosotros como seres sociales podemos tener la elección de tener muchos o pocos amigos, pero también ser conscientes que independientemente la cantidad también requieren un cuidado y requieren que estas sean de calidad”, atajó.
ASG