Un nuevo estudio publicado en la revista PNAS y liderado por la Universidad de Duke (Estados Unidos) revela que el estrés crónico en los primeros años de vida puede dejar una huella duradera en el organismo, aumentando el riesgo de problemas cardiometabólicos en la edad adulta.
Los investigadores analizaron datos de mil 420 niños que fueron evaluados a los nueve, once y trece años, con seguimiento hasta los 30.

Los resultados mostraron que la exposición temprana a altos niveles de estrés estaba relacionada con factores como la presión arterial elevada, el índice de masa corporal (IMC) y la relación cintura-cadera en la vida adulta.
El estudio midió la llamada “carga alostática”, es decir, el conjunto de efectos fisiológicos que el estrés prolongado provoca en el cuerpo.
Entre los marcadores analizados destacaron los inmunitarios (como la proteína C reactiva), neuroendocrinos (cortisol y DHEA) y cardiometabólicos (IMC).

El seguimiento permitió concluir que quienes presentaban niveles altos de proteína C reactiva y alteraciones en sulfatos DHEA durante la niñez tenían un mayor riesgo de desarrollar problemas cardiometabólicos décadas después.
Según los autores, evaluar estos biomarcadores en etapas tempranas “puede ser una herramienta eficaz para identificar a quienes corren el riesgo de sufrir enfermedades crónicas en la adultez”.
Además, el estudio subraya la necesidad de reducir la exposición al estrés crónico infantil como medida preventiva para garantizar una vida más larga y saludable.
Así reaccionan ante situaciones de acoso
De forma paralela, un segundo estudio de la Universidad de Turku (Finlandia), publicado en JNeurosci, analizó cómo reacciona el cerebro ante situaciones de acoso escolar.
Con la participación de preadolescentes y adultos, los investigadores registraron la actividad cerebral y respuestas fisiológicas mientras observaban videos en primera persona que representaban escenas de bullying.

Las imágenes generaron estados de alarma angustiosos, activando redes sociales y emocionales del cerebro, así como sistemas autónomos de respuesta a amenazas. En los adultos, la dilatación de las pupilas y el seguimiento ocular reforzaron la evidencia de una respuesta emocional más intensa ante escenas de acoso que frente a interacciones sociales positivas.
“Hemos cartografiado las vías de angustia en el cerebro que pueden activarse rápidamente cuando alguien es acosado, y hemos demostrado que el estado de alarma continuo es peligroso tanto para la salud mental como para la somática”, explicó Lauri Nummenmaa, una de las autoras del artículo.
jk