El rol del perrito tipo poodle que se acuesta en el regazo de la abuela o de los pajaritos que, desde su jaula, armonizan el ambiente en el zaguán, va más allá de ser un animal de compañía. Es una fuente de beneficios a la salud mental del adulto mayor y un elemento para disminuir los efectos de una de las problemáticas de esta etapa: la soledad no deseada y el aislamiento social.
Aunque la soledad no es ni debería ser una característica propia del envejecimiento, sí es un común denominador. Por ello, la presencia de una mascota— desde un travieso gato hasta un perro salchicha dormilón o un loro parlanchín— representa una compañía importante para el día a día de los adultos mayores, especialmente en quienes viven solos o en pareja.
La familia que necesitaban
La independencia de las hijas y los hijos puede afectar la autopercepción que las y los adultos mayores tienen como seres útiles. Pero la presencia de una mascota ayuda a “recobrar” ese sentido de utilidad, ya que la procuran y le dan un estilo de vida saludable, amoroso y pleno.
Proteger a estos seres vivos— que, al final del día, no pueden valerse por ellos mismos— satisface su necesidad de ser indispensables e irremplazables; tanto así que llegan a percibirse como los cuidadores principales. Esta sensación obedece a dos factores: le conceden un valor vital por ser esa compañía que necesitaban y los perciben como “un alguien” con personalidad propia antes de “un algo”.
Incluso, la investigación Vinculación psicológica humano-animal en adultos mayores, de Elsa Serrano, recogió un par de testimonios que afirmaron sentir a sus mascotas como un tipo de “reemplazo” de las y los hijos, nietos o familiares que ya no conviven con ellos: “Yo vivía con mi hija, pero mi hija se casó. Se fue y yo vivo con los tres perros”.
De hecho, a veces modifican sus hogares para destinarles un espacio propio y los incluyen en sus tareas cotidianas como barrer, ver la televisión, comer, tomar la siesta vespertina o dormir.

Los beneficios físicos
En la vejez se incrementa el riesgo de desarrollar problemas articulares, enfermedades crónicas, cansancio y otras dolencias más. Pero la evidencia científica ha demostrado que la convivencia y el apego a las mascotas aportan beneficios a la salud física de las y los adultos mayores.
Por ejemplo, los cuidados básicos de un canino incluyen paseos y momentos de recreación que los lleva a activarse físicamente: lanzarles una pelota, dejarlos jugar con otros perros o sólo acariciarlos mientras duermen en sus camitas. Esta activación también la encuentran dentro de sus hogares en acciones como agacharse para servir sus croquetas, limpiar cuando se hacen pipí en medio de la sala, perseguirlos para quitarles el zapato que hurtaron del armario o cargarlos para darles “apapachos”.
Así se demostró en un estudio reciente de la revista Horizonte de Enfermería, donde uno de sus ocho encuestados afirmó que su animal de compañía le ayudó a re-inculcarse el hábito del ejercicio y las rutinas: “(Mi mascota) me busca todas las tardes para correr”, declaró el testimonio para la investigación.
Sin embargo, esa “vuelta a la cuadra” o visita al parque de perros— que inicialmente obedecía a un beneficio físico— puede ser el inicio de una nueva amistad.
Paseos igual a más amigos
Las mascotas son consideradas como “lubricantes sociales”, ya que las personas mayores pueden generar nuevas amistades (incluso intergeneracionales) a partir de su amor por los animales y su interés por brindarles una vida digna.
Ese gusto en común las lleva a incluirse en otras actividades conjuntas, como paseos dominicales, jornadas de donaciones a refugios, entrenamientos o las fiestas por San Antonio Abad— a las cuales la gente recurre para bendecir a sus animales de compañía—. Esto sin sentirse menospreciado o innecesario.
De hecho, una encuesta a 339 personas de la tercera edad— recuperada en un estudio del 2005—, comprobó que quienes eran dueñas de mascotas ostentaban más interacción y contacto social, así como amistad vecinal. Asimismo, puntualizó el documento, rara vez o muy pocas veces se sentían solas; les era más sencillo forjar nuevas amistades y, por ende, su red de apoyo era mucho mayor a la de alguien sin animales de compañía.

Encuentran un sentido de vida
Pese a ser la última etapa de la vida, en el envejecimiento también hay objetivos a lograr, nuevos hobbies para descubrir y algo qué hacer en el día a día.
Todo esto aporta al sentido de vida de la o el adulto mayor. Sin embargo, el concepto va más allá de las actividades perse: se refiere a las necesidades, motivaciones e intereses. Por ende, no tener un sentido de vida puede condenar a la depresión.
“No está necesariamente en la actividad que el adulto mayor haga. El sentido de vida está dentro de la persona, no en las actividades”, señaló Emiliano Villavicencio Trejo, maestro en psicoterapia, en una entrevista con MILENIO.
En ese sentido, las mascotas dan a las y los adultos mayores un motivo para vivir y por quién vivir. Así, los animales de compañía se convierten en una parte importante de su vida y sus rutinas comienzan a girar en torno a ellos.
ASG