EL PEZ SOLUBLE
Jordi Soler
Los robots han pasado, casi imperceptiblemente y con calculada nocturnidad, de ser personajes de la ciencia ficción a convertirse en individuos, con cierta autonomía, que participan activamente en el sector productivo de la sociedad. Los robots trabajan en fábricas, hacen tareas dentro de la casa o en el jardín, prestan servicios como un esforzado trabajador, con la diferencia de que el robot no interrumpe su trabajo porque no está sujeto a las directrices de la vida biológica. Por lúcidos y autónomos que sean, los robots no pueden ser todavía como los humanos porque les falta la dimensión del ocio y del placer, están muy lejos, de momento, de disfrutar una copa de vino, una conversación o la brisa fresca del mar en la cara. La brisa, por atenerme a este último ejemplo, más que placer le produciría al robot una mancha de óxido en la frente. Pero aunque los robots no aprecien todavía esos privilegios de la cultura humana, ya se han apuntado a una de nuestras más desagradables bajezas: el asesinato. Hace unos días, noticiarios y periódicos nos informaron del asesinato de un trabajador, en una planta alemana de automóviles Volkswagen, perpetrado por un robot fuera de control. Parece que el robot lo agarró y lo estrujó con la misma fuerza que utiliza para doblar gruesas láminas de acero. Ya lo decía aquella muy antipática canción de la banda Styx, Mr. Roboto: I need control, we all need control, necesito que me controlen igual que todo el mundo, decía el insufrible robot de Styx y luego remataba con uno de los estribillos más ridículos que ha dado el pop: domo arigato Mr. Roboto, domo domo....
Cuando era yo un niño había un programa, de dibujos animados, que se llamaba Los supersónicos y que presentaba la cotidianidad de una familia del futuro, compuesta por los padres y dos hijos, niño y niña, que se movían en pequeñas naves espaciales que iban de un cuerpo celeste al otro, para cumplir con su ritual social en la oficina, en el colegio, en el supermercado. De las tareas de la casa de los Supersónicos se ocupaba Robotina (nombre compuesto por la combinación de la palabra robot y el nombre Josefina), que era una servicial robot hembra (el machismo del siglo XX llegaba hasta las máquinas) que iba de arriba abajo por la casa, con un delantal y un plumero, ejecutando ese quehacer que, en el pasado, tenía que hacer la señora de la casa. Pues Robotina es ya una realidad, aunque en formato deconstruido, en algunas casas del mundo industrializado: a la lavadora de ropa y a la de platos se ha añadido una aspiradora que limpia sola las alfombras, que va metiéndose por los rincones limpiando el polvo mientras su propietario lee el periódico en el sillón. También tenemos ese otro robot que poda jardines solito, basta con echarlo a andar para que él se ponga a recortar el césped con una notable precisión. Otro robot emblemático de mi infancia era el que aparecía en la serie Perdidos en el espacio; la familia a la que prestaba sus servicios, los Robinson, lo llamaban simplemente "Robot", y lo llevaban dentro de la nave espacial que les servía de casa mientras conseguían regresar a la Tierra, cosa que no sucedió nunca porque la serie se acabó y los Robinson seguían errando, de planeta en planeta, por el espacio exterior. El Robot, al contrario de Robotina que era puramente menesterosa, era un intelectual, jugaba ajedrez, pronunciaba sentencias ingeniosas y orientaba al capitán de la nave en asuntos espaciales diversos. El Robot y Robotina eran máquinas obedientes y, cuando alguno entraba en un estado cercano a la rebeldía, bastaba con sacarles la fuente de energía, la pila, para controlarlos. Pero años después el director de cine Stanley Kubrick nos vino a inquietar con una computadora, un robot ubicuo y amorfo que controlaba todos los detalles de la nave espacial y cuyo nombre era HAL 9000. Al contrario de lo que hacía el antipático Mr.Roboto, que deseaba que lo controlaran, HAL cobraba una alarmante autonomía y terminaba emancipándose de los humanos que iban en la nave. La historia de la criatura creada por el hombre que termina rebelándose no es nueva, la literatura y el cine están llenos de personajes que se rebelan contra sus creadores; lo que es nuevo es que la rebelión haya brincado a la vida real desde las obras de ficción, como acaba de pasar en la planta alemana de la Volkswagen. Pero, ¿se trata, de verdad, de un robot autónomo y rebelde? Los responsables de la planta dicen que se trata de un error de programación, es decir, humano, y añaden que en esa planta trabajan otros 799 robots que observan una obediencia ejemplar. La industria de los robots es un negocio que mueve casi 20 mil millones de dólares al año y Google, que donde pone el ojo pone la bala, acaba de comprar ocho firmas de robótica. Sea como sea, los robots tienen ya un muerto en su historial y, por otra parte, ¿no es siempre el asesinato, desde cierto punto de vista, un "error de programación"?