Además del vacío que deja una mujer asesinada, el feminicidio impacta de forma devastadora a quienes sobreviven a la violencia: sus hijas e hijos. Más allá del duelo, estos menores enfrentan consecuencias emocionales, físicas, sociales y psicológicas que los marcan de por vida, especialmente cuando son testigos o víctimas indirectas del ataque.
La Organización Mundial de la Salud señala que la violencia contra la mujer es un problema de salud pública, porque la mujer no es la única que tiene consecuencias, sino también sus hijos, refirió Giovanna Georgina Ramírez Cerón, adscrita al Departamento de Psicología Básica del CUCS de la UdeG. Desde el entorno violento en el hogar hasta la pérdida total de la figura materna, el impacto sobre los menores es profundo y multicausal.

¿Qué efectos psicológicos hay?
“Primero en la situación de violencia viven ansiedad, baja autoestima, culpa, miedo, estrés, esta cuestión de culpa es: ‘híjole, yo no protegí a mi mami, yo no la cuidé como debería, seguro yo hice algo’ porque papá o padrastro están ejerciendo la violencia”, describe la especialista.
Cuando el feminicidio ocurre, lo que sigue para los menores es una sensación brutal de desprotección. Pierden a su madre, y en la mayoría de los casos, también al padre, quien es el agresor y termina prófugo o en prisión, “es una sensación de desprotección muy grande, porque para ellos es su mamá, pero como muchas veces quien ejerce esta violencia es la pareja, la familia se fractura, entonces ¿quién va a cuidar de mí?”, plantea Ramírez Cerón.
A nivel emocional, se instala la culpa y el estrés postraumático: “Queda esa parte en los pequeños… hasta adolescentes y adultos dicen: ‘si yo hubiera gritado’, ‘si yo hubiera ido por la policía’, ‘si yo hubiera’, entonces queda ese estrés, que se manifiesta en terrores nocturnos, crisis de ansiedad, vómitos, insomnio, taquicardia”.
Estos síntomas son reales y afectan también el desarrollo físico de los niños. Ramírez Cerón explicó que los menores producen mucho cortisol, porque todo el tiempo están estresados, les afecta su sistema inmune y endócrino, les cuesta vincularse, y puede ser que acosen en la escuela o que sean víctimas de acoso, lo que les repercute en su aprendizaje.
Pese a la gravedad de la situación, las instituciones rara vez priorizan a las infancias huérfanas por feminicidio. Muchas veces terminan bajo el cuidado de familiares también afectados emocionalmente o que reproducen entornos violentos. “Generalmente puede tener la custodia un familiar cercano, pero que vive en el mismo entorno violento, entonces se van a repetir los patrones”, advierte.
¿Cómo apoyar a los huérfanos de feminicidio?
Por eso, Ramírez Cerón subraya la necesidad de un trabajo interdisciplinario desde el primer momento: “El primer paso es una psicoterapia breve, enfocada en el proceso de duelo. Posteriormente, trabajar los significados del amor, cómo vincularse, y si hay depresión o ansiedad, no hay que temer acudir a psiquiatría. Quitarnos el estigma. Necesitan atención desde lo psicológico, lo educativo, lo social, lo económico. Todo”.
Respecto a si se puede tener una vida normal después del feminicidio, la especialista augura que sí, pero con el acompañamiento adecuado; sin apoyo, los riesgos se multiplican. “No es que la herida desaparezca, es que adquieres las herramientas para ser funcional a pesar de la herida. Pero muchas veces se les invisibiliza”, lamenta.
Y aunque el feminicidio es la forma más extrema de violencia, no comienza ahí. Inicia con una burla, una broma, una agresión y ya cuando llega al feminicidio, los menores ya están en un proceso de violencia desde antes, y su autoestima ya está dañada. Ante este escenario, Ramírez Cerón llama a las autoridades a brindar soporte emocional a los menores desde el primer momento.
SRN