Cuando finalmente los policías lograron salir de la lluvia de proyectiles y fuego que los encapuchados les lanzaron durante más de dos horas en la base del edificio del antiguo Portal de los Mercaderes y se replegaron hacia la calle de 5 de Mayo, José Luis Araujo se quitó el casco y lo vio roto.
“Si no hubiera aguantado el casco, pues quién sabe qué me hubiera pasado”, recuerda que pensó.

El inspector Araujo lleva 35 años trabajando en la Secretaría de Seguridad capitalina. Desde hace cinco años hubiera podido jubilarse, pero reconoce que le encanta su trabajo. “La policía es mi vida”, afirma. Es director del Sector La Raza de la Policía de Proximidad. Su labor diaria es patrullar las calles de esa zona de la capital.
Pero el jueves, como miles de elementos policiacos, estuvo encomendado a vigilar que la marcha en conmemoración de la matanza de Tlatelolco de 1968 transcurriera en calma.

Su punto de reunión fue el cruce de Pensador Mexicano y Eje Central. La misión era acompañar al conocido “bloque negro”, el colectivo que suele vestirse de negro, cubrirse el rostro y pintar y romper mobiliario urbano a su paso, hasta el Zócalo capitalino. Pero los acontecimientos superaron la expectativa que tenían las corporaciones policiacas.
“Sí fue totalmente superado. No esperábamos que tanta gente viniera del grupo de ‘bloque negro’”, reconoce en entrevista con MILENIO, un día después de los actos vandálicos que derivaron de la marcha del 2 de octubre, que dejaron como saldo 94 policías lesionados.
Generalmente, dice, cuando las movilizaciones llegan a la Plaza de la Constitución, comienzan a dispersarse y los grupos de choque pierden fuerza, porque allí se concentra toda la policía que los viene acompañando. Pero, ayer, los manifestantes más rijosos no se disuadieron, sino que, por el contrario, atizaron más las agresiones contra los uniformados, que iban protegidos con cascos, escudos, rodilleras, coderas y chalecos antibalas.
“Nosotros no somos una policía represiva, por eso ya no se ocupa lo que hace muchos años: los toletes, las tonfas, los PR-24, (que son diferentes tipos de bastones). Ya no se ocupa porque todo eso violenta los derechos humanos. Si nosotros ocupáramos ese equipo, automáticamente la gente lo ve como una provocación”, afirma el jefe Araujo.

Fue ese equipo de protección el que salvó la vida y la integridad de muchos uniformados. Por eso, para él, toda esa indumentaria tiene un significado especial. “Haga de cuenta que se pone su armadura de guerrero”, dice.
Sin embargo, pese a la protección que traían encima y la formación estratégica que hicieron para repeler todo lo que les lanzaban, gasolina, fuego, palos, bombas molotov, polvo químico, piedras y canicas que aventaban con resorteras, Araujo Sánchez lo dice sin miramientos: “yo le mentiría si le dijera que no tuve miedo, le mentiría; sí lo tuve”.
Ese sentimiento le llegó cuando el contingente policial fue arrinconado bajo los arcos del Portal de Mercaderes por la turba que llevaba varios minutos arrojándoles objetos y sus compañeros comenzaron a irse de espaldas y quedaron vulnerables, pese a tener una formación de cuatro líneas.
“Cuando realmente sí se sintió (el miedo) fue con lo de las jardineras. Como nos fuimos replegando, muchos compañeros llegaron a caer, porque se tropezaron con las jardineras y caían. De hecho, fue cuando nos empezaron a despojar de los escudos y nos estaban golpeando. Ahí es donde se adelgaza la línea y donde uno sí ve que está superado. Eran bastantes”, relata Araujo.
“Precisamente fue por auxiliar a un compañero que le estaban despojando del chaleco y del escudo que salimos de la formación a rescatarlo y es cuando me reciben con el golpe con el adoquín en la cabeza”, recuerda.
“Me arrojaron un adoquín completo. Me partieron el casco, que afortunadamente aguantó el golpe, porque sí, del golpe, sí me aturdí. En un momento, vi blanco”, explica.

“En ese momento, a lo mejor, uno sí siente el deseo de contestar la agresión, porque dice ‘si los tengo de frente, ¿por qué no contestar la agresión?’, pero aguanta uno y ¡vámonos! Mejor nos replegamos, volvemos a formarnos otra vez y a aguantar otra vez”, confiesa el mando policiaco.
“Yo llevo 35 años de servicio y en otros años, nos hubieran dotado de equipo antimotín, nos hubieran dotado de toletes, nos hubieran dotado de mucho equipo y a lo mejor hasta los compañeros del Metropolitano (granaderos) hubieran traído las bombas de gas, pero eso no se ocupó para nada”, dice.
Un poco por el cansancio de los manifestantes, al que la policía le apostó en parte, y además que llegaron más uniformados a reforzar la contención, el bloque negro comenzó a ceder. Se agrupó en el centro del Zócalo y el ambiente regresó a una inquietante calma ya caída la noche.

Los policías se replegaron a las calles de Madero y Cinco de Mayo. Y ahí fue cuando Araujo Sánchez vio su casco roto y se sorprendió de lo que pudo haber pasado si no lo tuviera puesto o no hubiera resistido. Horas después, sus hijos, veinteañeros, le marcaron por teléfono porque vieron todo en la televisión.
“Papá, ¿cómo estás?, ¿qué te pasó?”, le preguntaron.
“Todo bien. A pesar de todo, todo bien”, les respondió.

KT