DOMINGA.– El comisionado de la Federación Mexicana de Futbol, Mikel Arriola, presentó el 4 de noviembre el nuevo jersey de la Selección Mexicana para la Copa del Mundo 2026. Dos días después, ese anunció provocó que Tyson, desde su computadora en la colonia Morelos, a las orillas del barrio bravo de Tepito, comprara un par de boletos de avión a Beijing por un valor de 339 mil 108 pesos. Dos eventos desconectados, aparentemente, pero que chocarán el 11 de junio del próximo año con el primer balonazo en el reestrenado Estadio Azteca.
Tyson pagó con su tarjeta de débito en una sola exhibición. Nada de meses sin intereses. Como no tiene visa, él y su esposa Bonita eligieron la ruta que hace una escala en Tijuana y tras 18 horas de trasbordos y vuelos llegaron a la capital de China. Cinco días más tarde, volaron al aeropuerto internacional de Narita, en Japón, y luego de 19 horas regresaron a la Ciudad de México.
Tyson y Bonita cumplieron con la tradición de cenar en las taquerías de la calle Lorenzo Boturini y luego fueron a descansar a casa, soñando con la fortuna que ganarán tras ese viaje exprés a Asia.
“Va a ser el negocio de nuestras vidas”, cuenta entusiasmado Tyson, de 36 años, con una mariconera Hérmes que le cruza el pecho y que difícilmente alguien detectaría como pirata. La compró en Beijing, a pesar de que no habla inglés ni mandarín. A duras penas –bromea– mastica el español. Bonita dice que sólo sabe decir nǐ hǎo (hola) y zàijiàn (adiós).
Y aún así han concretado un trato que, calculan, podría generarles 8 millones de pesos en ganancia neta: importar desde las fábricas del distrito chino de Pudong tres contenedores completos de jerseys apócrifos de la Selección Mexicana, listos para que Santa Claus y los Reyes Magos se surtan con el nuevo diseño que ya está a la venta en tiendas oficiales, y será el producto más pedido de esta época ahora que Adidas es la marca de casa que ha desplazado a Nike.
Ambos son contrabandistas de segunda generación que participan en un próximo documental sobre la fayuca tepiteña y el trabajo informal del barrio bravo. Sus padres, vecinos de la Morelos, construyeron el patrimonio familiar viajando a China para traer productos pirata a México. Se enamoraron desde adolescentes viendo cómo sus familias llenaban bodegas del centro con electrónicos Lenovo que no pagaban impuestos y se vendían por una fracción de su precio en tiendas departamentales.
Como novios y esposos perfeccionaron sus emprendimientos con lociones pirata y juguetes de temporada: Reyes Magos, Día del Niño, Navidad y eventos especiales, como el estreno de alguna película taquillera o la Copa del Mundo. Aunque forman parte de un negocio ilícito, Tyson y Bonita no se identifican como criminales. Se sienten empresarios del barrio que creen que ya pagan demasiados impuestos y no están dispuestos a dejar más dinero al gobierno en las aduanas.
Por la vía legal y desde China, tres contenedores con ropa deportiva de marcas como Adidas tardarían en llegar hasta el Pacífico mexicano unos 40 días. La burocracia del comercio exterior pone a prueba hasta la paciencia de un monje: papeleo, revisiones, pago de impuestos, más papeleo. Y algo tan simple como la ausencia de una firma puede crear demoras que cuestan millones de pesos.
Pero Tyson y Bonita saben cómo reducir el tiempo de espera y los peligros de perder su inversión. La clave está en sobornar a aquellos que permiten que, por rutas marítimas, lleguen precursores químicos de drogas sintéticas, cocaína, vapeadores ilegales, especies en peligro de extinción y hasta medicamentos apócrifos a México; para que volteen hacia otro lado cuando las playeras piratas arriben a los puertos de Michoacán o Colima, y comience una operación hormiga hasta llegar a Tepito y, luego, a los puestos informales de todo el país que las venderán como pan caliente con la fiebre mundialista.
Los “marcopolos” que recorren las fábricas clandestinas chinas
Ser “marcopolo” es un arte –no un oficio ni un jale–, el acto consumado un artista que cruza medio planeta sin saber el idioma del país al que llegará y usa como lienzo una calculadora en blanco para hacer en cuatro días la fortuna que a miles tomaría cuatro décadas. Esto presume Tyson y mueve su muñeca para que suene un Rolex de imitación también comprado en China, un lugar que ha visitado más veces que Huauchinango, Puebla, donde nació en 1989.
Una vez que llega con Bonita a Beijing, se hospedan en un hotel lujoso, disfrutan de la modernidad china y se preparan para viajar al día siguiente a las fábricas clandestinas de Pudong, cuyas direcciones han anotado en una libreta que guarda tan celosamente como su pasaporte. Recorren una a una sintiéndose en un ambiente un poco familiar: en Shanghái, como en Tepito, las maquilas de la periferia albergan a niños y ancianas encorvadas que hablan poco y cosen mucho en apretados pisos sin ventanas, para que nadie advierta el paso del amanecer al anochecer.
Cuando Tyson encuentra una fábrica que le agrada, inicia su faceta de artista. Muestra la imagen de la nueva playera de la Selección Mexicana –verde con algunos detalles en rojo y blanco, así como el calendario azteca, muy similar a la del Mundial de Francia 1998– y ordena miles de copias. Entonces, el poblanotepiteño “baila”, ejecuta su arte. Pregunta el mejor precio por el megapedido y el dueño de la maquila –un chino que no habla español– le teclea en la calculadora el costo de los tres contenedores. Tyson se mueve y regatea. El chino se aleja. El mexicano finge que también se va. El chino gira y le pone una cantidad menor en la calculadora.
Tyson zapatea y teclea una nueva oferta. Es un vals de negociación sin palabras, puros números en una calculadora vieja. Subidas, bajadas, vueltas. La danza del dragón con la cumbia de barrio que termina cuando ambos se estrechan las manos: hay, por fin, un acuerdo económico y se hace la mitad de la transferencia.
“Primero, hay que tener huevos. Comprar tu boleto e irte a la brava. A la voz, porque otros te van a querer ganar las mejores fábricas. Y regateas, te pones al pedo, no dejas que el otro te gane. Ah, porque ese guey también es de barrio y se la sabe. Y negocias duro, ‘le bailas’ como decimos, y al final haces un acuerdo de caballeros. Y listo: si te pones chingón, hiciste el negocio de tu vida”, dice Tyson.
Para esta Copa del Mundo su orden está dividida en dos: playeras copia que venderá en 200 pesos con una calidad aceptable, aunque con costuras burdas, cuellos chuecos, mangas que se deshilachan pero que aguantan bien tres lavadas antes de tirarlas a la basura, cuando la Selección Mexicana sea irremediablemente eliminada del torneo del que es anfitrión.
La otra es el ‘clon chino’, garantía de calidad asiática, que por 800 pesos incluye una impresión de alta calidad, logotipos finos, acabados holográficos e impresión UV para un efecto premium. Además, una tela que no guarda sudor, olor y al tacto parece hecha con materiales reciclados.
Las dos opciones son las ideales para quienes no pueden o no quieren gastar los precios originales, es decir, mil 999 pesos en la versión fan o 2 mil 999 en la versión jugador. Aunque nadie sabe aún en qué grupo estará México, y contra quienes buscará el anhelado quinto partido, casi todos saben que las probabilidades de que supere los cuartos de final son mínimas en las casas de apuestas.
Tyson sabe que un jersey del Tri no es de colección, sino de uso y desuso. Por eso, la piratería es la opción a la que más recurren hasta los fanáticos más recalcitrantes.
La piratería sigue las rutas del crimen organizado
Los últimos datos disponibles de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico estiman que el comercio mundial de productos falsificados alcanzó, conservadoramente, los 467 mil millones de dólares en 2021.
Desde entonces, crece a pasos agigantados bajo una máxima capitalista: todo lo que es creado puede ser clonado. La industria de la ropa y el calzado son los más afectados a nivel global, representando en conjunto 62% de los productos apócrifos incautados en el mundo. Al mismo tiempo, crecen falsificaciones peligrosas, como piezas de automóviles, medicamentos y alimentos, lo que crea graves y nuevas amenazas para la vida y la salud del mundo.
Por la logística que requiere mover toneladas de un continente a otro, de un país a otro o, incluso, de una ciudad a otra, la piratería es un crimen asociado a la delincuencia organizada. No sólo hay que corromper autoridades y montarse en las rutas de tráfico de drogas o armas, sino que a veces hay que pelear territorios con armas y dominar mercados enteros con el uso de la violencia. El pirataje es violento, incluso cuando no lo parece en un simple cosmético o una playera de futbol.
“Nosotros vamos dejando pagos por todos lados, porque eso garantiza que nuestros contenedores lleguen a las bodegas correctas. Porque si nos tumban la mercancía, ¿con quién nos quejamos? Nosotros no pagamos impuestos, ¿con qué documentación le decimos a la Guardia Nacional que nos robaron playeras pirata y que nos ayuden a buscarlas?”, pregunta Tyson.
Después de China, sus contenedores hacen un viaje hasta Lázaro Cárdenas, Michoacán, y Manzanillo, Colima. No inventan rutas propias, sino que siguen las de narcos que mandan fentanilo hacia Estados Unidos. Y gracias a la alianza de grupos de la Ciudad de México con organizaciones criminales nacionales –como el Cártel Jalisco Nueva Generación–, los contenedores suelen llegar cerrados y sin contratiempos. En estos puertos, para evitar atrasos y atascos millonarios, sólo se revisa 9% de las mercancías, según datos de la Administración General de Aduanas en 2018. Eso garantiza que 91% pasará sin inspecciones. Un porcentaje que agrada al crimen organizado.
Una vez en suelo mexicano, el soborno va a las autoridades en aduanas. Luego, a las que supervisan carreteras. Una estela de pagos que erosiona las instituciones de seguridad. Y, finalmente, los camiones llegan a las bodegas del Centro Histórico capitalino, donde la descarga se hace de madrugada y con ayuda de un ejército de “diableros” que deben vaciar decenas de tráilers en instantes. Cada minuto demorado es un minuto más de pago a los policías que deben taparse los ojos.
“No te creas, son días bien pesados. Andas todo tenso, porque no vaya a ser que te decomisen las playeras porque un cabrón quiere una mejor mordida. O que un comando te las tumbe en carreteras. O hasta que salgan mal hechas y no puedas venderlas al precio que calculaste. Pero así es este negocio: no arriesgas, no ganas”, dice Bonita, quien planea usar parte de su dinero en pagarle a su hija de 14 años unas clases de inglés y mandarín para que, en cuatro años, haga su primer viaje a Asia como una “marcopola” trilingüe.
Una vez en las bodegas, las playeras estarán “colocadas”, es decir, a salvo. Intocables, salvo que haya un operativo sorpresa, como el de la Secretaría de Economía contra la piratería almacenada en el edificio Izazaga 89, realizado en noviembre de 2024. Pero eso, dicen los esposos viajeros, casi nunca sucede. Y menos en épocas decembrinas: funcionarios, líderes de comercio en vía pública, empresarios con locales fijos, aficionados, todos esperan con ansias las nuevas playeras para apoyar a la Selección Mexicana en el Mundial.
Las playeras piratas llegarán a los locales de fayuca y al marketplace de Facebook
Los jerseys entonces iniciarán su propia danza, su movimiento natural: irán a las tiendas en la frontera con Texas, a los locales para turistas de Puerto Vallarta, a las boutiques en Cancún, al ‘marketplace’ en Facebook que surten en Coacalco, a las explanadas de los estadios de Veracruz, Torreón, Ciudad Victoria, Guadalajara, Monterrey. Habrá quienes detecten que en sus manos tienen un clon hecho en China; otros, quienes crean que es robado de una tienda departamental; y claro a quienes no les importe y compren el jersey como el regalo navideño con miras a que ruede el balón en el siguiente verano.
Entonces, Tyson y Bonita empezarán a recolectar dinero. Una fortuna, sí, pero a la que hay que restarle los sobornos, los medicamentos para la tensión, analgésicos para la presión; la paranoia de que otros querrán sacarlos del negocio a balazos, la compra de precauciones para no ser secuestrados; la desconfianza a cualquiera que toque la puerta creyendo que es un agente aduanal que ha descubierto el fraude fiscal de traer contenedores sin los aranceles necesarios. La desgracia, la pérdida del patrimonio, la cárcel, el olvido.
“Pero hay que hacer negocio, ni modo que dejar pasar la oportunidad, mi carnal”, dice Tyson, quien en los próximos días espera colocar los primeros jersey con la leyenda impresa en tela: “Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia", tal y como aparece en las prendas originales.
“Ya falta menos para el Mundial, ¿vas a querer una o no?”.
ATJ