Al graduarme de mi maestría, mi mentor me dio dos consejos. El primero: el tiempo es nuestro activo más valioso, cuídalo. Lo tenemos en cantidades limitadas y, a diferencia de otros recursos, no se puede recuperar, almacenar ni multiplicar. Se aprovecha o se deja ir.
Desde la filosofía, el tiempo ha sido una de las grandes obsesiones humanas. San Agustín decía: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicarlo, no lo sé.” Y es que el tiempo es tangible e intangible. Lo sentimos, lo vivimos, lo contamos… pero no lo podemos ver ni tocar.
Como humanidad, empezamos a medir el tiempo por necesidad. Necesitábamos organizarnos, coordinar la siembra, la cosecha, los rituales. Al principio lo hicimos con los astros, observando la salida del sol, el paso de las estaciones, las fases de la luna.
Después, afinamos la medición: los relojes de agua, los de sol, los mecánicos. Aprendimos a gestionarlo, a dividirlo en horas, minutos, segundos. Y luego, a programarlo: agendas, calendarios, alarmas, recordatorios. Pero, aunque hoy tenemos mil herramientas para “manejarlo”, seguimos enfrentando el reto más profundo: usarlo bien.
Hace unos días escribí sobre los 50 días que nos quedan de escuela. Y entonces, si entendemos lo limitado que es el tiempo, seríamos más cuidadosos sobre en qué y cómo lo invertimos. En México, la mayoría de los niños y niñas que asisten a la escuela tienen clases un promedio de 5 horas al día. Cinco horas para aprender a leer, escribir, comprender, resolver, pensar. Cinco horas para convivir, preguntar y desarrollar habilidades fundamentales. En resumen, muy poco tiempo enfocado en la enorme tarea que tiene la educación: preparar a una persona para la vida.
Países que han reconocido este valor —como Finlandia, Japón o Corea del Sur— han ampliado la duración del tiempo en la escuela y mejorado su calidad. Han entendido que más tiempo no es necesariamente más cantidad de materia, sino más oportunidad de acompañar, profundizar, estimular la curiosidad, consolidar aprendizajes. Y han visto los frutos: mejores resultados educativos, mayor equidad, ciudadanos más preparados.
Por eso, si el tiempo es tan valioso, ¿cómo es que no lo dedicamos más a lo que verdaderamente transforma? Necesitamos una conversación seria sobre cómo usamos el tiempo escolar, especialmente en contextos donde las oportunidades son limitadas. Porque si el tiempo se va, y la educación no ocurre, las consecuencias para México son profundas y duraderas.