Sociedad

Monstruos: Tenemos que hablar de Kevin (Spacey)

Hoy más que ayer, mucho más, doy gracias a George Michael por mis fetiches. Por él conocí a Tom of Finland. Ahí valí madres. Me declaro culpable de excitarme con fantasías de testosterona colonizadas por el patriarcado más elemental y norteño. Créanme: no todo es tan malo. Alguna ventaja debe tener tanto sometimiento al privilegio masculino, como por ejemplo, cierto instinto rupestre que a veces me da la sensación de practicar un elogio a la sencillez. Que no usen desodorante es más práctico.

También me ha funcionado para administrar mis dramas. Al final no dejo de ser un joto propenso a segregar más drama de lo saludable.

En resumen, hoy más que nunca agradezco ser un gay con debilidad por los batos que le den un aire a los Hermanos Almada, Phil Anselmo o 2Pac Shakur: machotes y mayorcitos. Asaltar cunas me saca los mismos bostezos que el nado sincronizado o la Fórmula 1. Me siento corruptor de menores aun con batos de mi edad. Seguro debo tener un daddy issue atorado en alguna neurona novata pero que más da, mis gustos no hacen daño a nadie y aleja a los mocosos. Soy intolerante a la imprudencia juvenil, en parte porque yo mismo no termino de crecer; es la imprudencia quien suprime los nervios cuando subo al ring.

Por lo mismo, a veces me siento rebasado por la madurez moral de las nuevas generaciones y sus bien intencionadas convicciones digitales, porque sin redes sociales, la solidaridad es como ese árbol que cae en el bosque y nadie lo escucha: “La tecnología, que ya había derrotado al paisaje, comenzaba a meterse en nuestras mentes…”, dice Pablo Capanna en el prólogo de Para una autopsia de la vida cotidiana, conversaciones con J.G. Ballard, y agrega: “Cuando la gente ya no sabe lo que quiere, puede ocurrir que nazcan falsos dioses, pequeños mesías, religiosos o políticos. El sueño de la razón engendra monstruos, como decía Goya. El hombre moderno parece haber perdido el sentido y alguien podrá aprovecharse de esto. O ya lo está haciendo…”.

A los homosexuales el escándalo de Kevin Spacey (acusado de abusar de Anthonny Rapp cuando él tenía 14 años, en 1986) nos destaza las entrañas, nos pone chiflados y aún con la camisa de fuerza insistimos en encontrar respuestas que nos den razón y sentido, porque nos enfrenta con nuestra irremediable paradoja gay, con la posibilidad de ser monstruos o víctimas frente a la mayoría buga, ¿será que Spacey reforzará el prejuicio del gay pederasta?; nos recuerda, quizás de mala manera, ese despertar sexual, marginal, a contracorriente de las expectativas que nunca escogimos. ¿Cómo diablos salimos del clóset los jotos? Recuerdo que a los 14 años me dejé manosear por uno que otro maestro y entre que averiguaba si me sentía abusado o feliz o celoso cuando en el taller de artes plásticas no era yo víctima del profe, madreaba o mordía porque a esa edad estaba bien pendejo para plantarme y sacar un derechazo con técnica. No pedía perdón. Por alguna maldita razón quería repetir. Y eso me angustiaba sobremanera. Por suerte tuve unos padres cuya disfuncional izquierda también era progresismo. Después Henry Rollins se me apareció como una experiencia casi religiosa, descubrí que sus familiares abusaron del Henry Garfield niño y entonces se puso mamado para nunca más dejarse abusar por nadie. Sus libros fueron mi biblia. Ojalá eso funcionara para todos los que sufren abuso y el infierno los atormenta. De verdad lo deseo.

Las cosas no me fueron tan complicadas como lo presentí.

Estoy en contra del abuso, a cualquier edad, ¿quién que se considere mínimamente sensato podría apadrinarlo? Pero creo en la defensa, ¿que no fueron los Disturbios de Stonewall sino chingadazos frente a una policía acosadora? Al parecer, proponer una rebeldía ante el abuso te convierte en un desconsiderado por no solidarizarte con aquellos que a los 14 años se quedaron paralizados. De eso me acusaron. Ni pedo. Me identifico con la descripción que Pablo Capanna hace de JG Ballard: “Se dice que en la vejez todos nos volvemos más conservadores. Ballard, en cambio, parecía haberse radicalizado con los años y no escatimaba los juicios políticos más lapidarios”.

Pues eso, que cualquier cosa que diga sobre Kevin no será suficiente frente a la ansiedad de la moral algorítmica de estos tiempos.

Twitter: @distorsiongay

stereowences@hotmail.com

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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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