Sociedad

“Eno”, el documental casi infinito

De todos es sabido que tanto Ferry como Eno se agarraron de Richard Hamilton como fuente de inspiración nuclear en la fundación de Roxy Music. O al menos eso cuenta Michael Bricewell en su libro “Re/Make Re/Model: became a Roxy Music”.

Los cuadros de Hamilton son collages en los que yuxtapone recortes de revistas y periódicos de distintas épocas sobre lienzos y puntos de fuga que revientan la noción del tiempo, dejando al futuro sin sentido ni avance. Contemplar la obra del también británico Hamilton produce una suerte de angustia distópica en donde la cordura depende casi únicamente de la iconografía acumulada por la cultura pop. Como un limbo post mórtem hacia la nada decorado con logos de Coca-Cola e IBM que también determinaría el pensamiento inagotablemente visionario de J.G. Ballard.

Siguiendo el bucle de pedacería histórica de Hamilton, los dos, Brian y Bryan, escribieron frases aleatorias en pequeñas tarjetas. Líneas de poesía, aforismos nihilistas como Cioran puesto en Qualudes o eslóganes publicitarios de productos inexistentes. Las barajaron como cartas de póker. Una vez puestas bocabajo, volteaban las tarjetas sin más orden que la altura del mazo mientras escribían las frases reveladas en una hoja en blanco y así surgió la letra de “Virginia plain”, entre otras.

Y al parecer es lo mismo que hizo Gary Hustwit con su documental “Eno”.

Como los cuadros de Hamilton y la letra de “Virginia plain”, Hustwit editó 160 horas de material del tecladista de Roxy Music devenido en productor en bloques de 20 minutos aproximadamente y con los que alimentó un software desarrollado por el mismo Hustwit (a lo largo de cinco años), cuya función es regenerar el orden de dichos bloques en un modo aleatorio. Dando como resultado una película distinta en cada función. El material está compuesto de entrevistas, presentaciones en vivo de viejos programas de TV, registro en formato de video casero de los estudios de grabación con músicos con los que colaboró, más las conversaciones que sostuvo con el propio Hustwit ex profeso para el documental. Las transiciones entre bloques se dividen por cortinillas que recuerdan al futuro según MTV mediante los ojos de Aeon Flux.

“Eno” se siente como una estilizada tomografía a la mente del científico loco y tecladista que sacaría a Roxy Music del molde glam para condenar a la banda a un futurismo clásico. La edición de las imágenes como varias ventanas abiertas en la pantalla de una laptop promedio (Eno compuso la inconfundible nota o startup sound que se escucha cuando arranca el sistema operativo Windows) parecen coloridas sinapsis con las neuronas produciendo descargas musicales. Sobre todo, aquellas partes en las que exhibe su espiritual obsesión por la naturaleza que captura en forma de samplers. Eno consolidó el ambient como digno género de la música electrónica.

Miembro honorario en la fundación del glam rock, dejó las sombras en los párpados en sintonía con sus poderosas hombreras con plumas como un ángel desviado traicionero del cielo, pues es un hombre sencillo. Según confiesa a cuadro, le dejó Roxy Music a Ferry, pues estaba cansado de las giras. No podía componer rodeado de esa fama inolora pero asfixiante que, sin embargo, a Ferry le caía como camisa de seda a la medida. Y a la que le ha sacado exquisito provecho. Solo Bryan Ferry puede darse el lujo de usar trajes blancos. Lo suyo eran las consolas, la evolución de la música al regenerarla en inseminación tecnológica. Apenas dejó Roxy Music, Eno se convirtió en un genio precoz. Artífice de la histórica trilogía de Berlín de Bowie, “Low”, “Heroes” y “Lodge”. Amigo sónico de Talking Heads. Quien le enseñó a U2 que hay dignidad después de los pantalones de cuero negros y ajustados. “Atchung baby” y “Zooropa” son monumentos de poética vanguardia que sostienen una discografía mediocre y lo que es más, somete el inmamable ego de Bono al servicio de canciones como imágenes en murales gigantes de belleza en constante expansión. Una de las mejores secuencias, al menos de lo que me tocó ver en la función del Film Theater del Instituto de Artes de Detroit, es el falso debate de Eno y Bono con la arrogancia típica de cualquier miembro de una fraternidad de universidad gringa con una banda de covers de Pearl Jam. Eno solo toma notas, le dice que antes de hacer berrinches escuche. El pinche Bono terminan casi llorando de la felicidad con la toma final de “Pride”. Una emotiva alegría que contagia a Eno y a los espectadores aun cuando odies a Bono como yo que también quería llorar por culpa de estúpida sonrisa.

Y es lo fascinante del experimento de Hustwit. Al final de esa insurrección de bloques editados a capricho del software sin alma, Eno es un documental tremendamente humano. La emoción con la que Brian, a 72 años, disfruta los videos de Little Richard o Fela Kuti que busca en YouTube como si los viera por primera vez, o la paciencia con la que contempla las flores de jardín o los ruidos que se producen en el cielo conmueve a profundidad. Me produjeron un nudo en la garganta. Trasciende la conciencia artificial con la que el documental se reproduce a sí mismo en cada función. Es la música incidental que suena a esperanza al final del punto de fuga en los collage de Richard Hamilton.

“Eno”, el documental casi infinito
“Eno”, el documental casi infinito


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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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