Conforme los primeros de diciembre se acumulan en la historia del sida, ratifico mi desazón: más que un virus, el VIH es una infección a la hipócrita moral. Por lo menos a la mexicana.
Me sigue pareciendo de una mojigatería ingenua remachar la percepción de que también los bugas viven expuestos al VIH. Sin duda lo están. Pero los datos siguen corroborando lo que ya sabemos desde que se ubicó al supuesto paciente cero de la pandemia roja: el VIH/sida afecta más a hombres que a mujeres. Y más a los hombres que tienen sexo con otros hombres. El Centro Nacional para la Prevención y el Control del VIH y el Sida en México (Censida) reporta en su informe del año 2020 que del total de casos registrados como seropositivos, el 18.80% corresponde a mujeres. Frente a la población masculina que componen el 81.20% de los casos.
¿Qué ganamos con sumar a los heterosexuales a un fenómeno ajeno a sus prácticas sexuales? Incluirlos no cambiará en absoluto el hecho que los jotos somos el gran grupo de riesgo. Cada conmemoración por el Día Internacional de la Lucha contra el Sida es lo mismo: puras sucesiones de diplomacia activista que, en su legítimo intento por contrarrestar la discriminación, terminan anulando las diferencias sexuales. Las mismas diferencias en cuya antirreproductiva pornografía brotó la lucha por visibilizar el VIH. Maltratada por una presidencia evangélica, ojete y conservadora como fue la de Ronald Reagan.
La narrativa del sida es prácticamente gay.
Si alguien lo sabe a lubricado detalle es Demetre Daskalakis. Por eso el pasado noviembre fue elegido como el nuevo director del Departamento de Prevención del VIH/Sida del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos de Norteamérica (CDC, por sus siglas en inglés).
El personaje de Daskalakis es fascinante. Literal y profesionalmente hablando. Barbón, rapado, mamado y tatuado según la tradición del porno gay. Su activismo empezó en los sótanos más puercos de Nueva York. Por puercos me refiero a barebackeros. Orgías de batos sin condón. A menudo cuelga selfies con el hashtag #nastypig. Está documentado que a principios de la segunda década del nuevo milenio, mientras era profesor y médico especializado en VIH del Hospital Bellevue, Daskalakis acudía a densos clubes de sexo para homosexuales a repartir vacunas contra la meningitis, que en el subterráneo neoyorquino tuvo una diseminación alarmante especialmente en 2013. Al finalizar su misión, Daskalakis se unía al desmadre. A todas esas cosas que suceden en un sex club gay y de los que muchos activistas mexicanos prefieren hacerse pendejos. Sin doble moral no hay dinero o ascensos políticos.
Se dice que Daskalakis fue elegido como director del Departamento de Prevención porque ante todo es un visionario que no se deja intimidar por el escarnio o el estigma: “Buena parte de las iniciativas de Daskalakis se han centrado en difundir y popularizar los avances de la última década en cuanto a prevención del VIH. Para luego luchar por hacerlas fácilmente accesibles. Esto incluye la divulgación científica de que las personas que viven con el VIH en tratamiento antirretroviral ininterrumpido no pueden transmitir el virus a sus parejas sexuales dada su estado indetectable, así como la constante difusión de la profilxais PrEP (antirretrovitales) que evita que las personas seronegativa contraigan el virus”, explica el periodista Sony Balzman para The Body, medio especializado en VIH/sida, “en los casi 40 años de lucha contra el VIH en la ciudad de Nueva York, ningún funcionario de salud había enfrentado a la epidemia con el positivo entusiasmo sexual de Daskalakis”, sentencia Balzman.
Daskalakis ha conseguido reducir el número de nuevos casos por VIH en Nueva York hasta en un 67%. Desde luego México no cuenta con la infraestructura de una ciudad como La Gran Manzana. Pero el éxito del nuevo director del Departamento de Prevención para la CDC no radica tanto en los recursos financieros como en sí en el pleno entendimiento de la homosexualidad, sin prejuicios. Ni patéticas autovergüenzas.
Hay un cabrón gay, mexicano, que a menudo me envía mensajes directos preguntándome opiniones sobre antirretrovirales y PrEP según él de forma periodística. Es un tramposo. Aun con la distancia impersonal de las redes sociales puedo oler sus verdaderas intenciones: corroborar que con su pánico sexual se está ganando un nicho en el mausoleo de las buenas costumbres y responsabilidades puntualizadas por heteros. Como él, hay muchos bugas y gays que les aterra la idea de que existamos homosexuales que atenpongamos el placer consensuado por encima de cualquier norma social. Que consideran el tratamiento Pre Exposición al VIH (PrEP), como un premio a la promiscuidad. Valga la irremediable cacofonía. Como la que atormenta a muchos homosexuales a quienes el VIH les sigue zumbando en su deseo. Como un ruido desagradable que les entorpece sus dóciles intentos por someterse a las regulaciones morales de los heterosexuales. Nunca he creído que sea un premio. Ha sido la cuerda victoria de la diferencia sexual por encima de la rigidez que presupone la vidriosa y acartonada utopía de la igualdad.