La crisis política de Perú ha dejado expuesta la vocación democrática del Presidente Andrés Manuel López Obrador, porque no ha ocultado su simpatía por el depuesto Presidente de Perú, Pedro Castillo Terrones, en lugar de condenar el Golpe de Estado que orquestó, lo ha justificado, aduciendo que las elites lo orillaron a tomar dicha medida e incluso nos compromete el hecho de que Pedro Castillo buscaba refugio en la Embajada de México en dicho país, para evitar su arresto.
No hay forma de defender a Pedro Castillo, era un mal gobernante y cerró su mandato con un Golpe de Estado, que de hecho le salió pésimo, porque no contaba con el apoyo de las fuerzas armadas, porque al final se quedó sólo, ni su gabinete lo apoyó.
Que López Obrador después de lo acontecido no se desmarque del ex mandatario peruano, habla muy mal de él, porque implica que tolera a dictadores.
Algo similar le pasó también esta semana cuando un tribunal en Argentina condenó a la ex presidenta Cristina Fernández a 6 años de prisión por un caso de corrupción, que implicó un desfalco de más de 1,000 millones de dólares y AMLO salió en defensa de Cristina, afirmando que era víctima de una venganza política, de nuevo poniéndose de lado de una persona que incurrió en corrupción.
Nuestro Presidente confunde la afinidad ideológica, con solapar actos ilegales, cuando en realidad hay actos que son malos, los comenta un gobernante de izquierda o uno de derecha y en ambos casos se deben reprobar los mismos.
Además, es preocupante que AMLO, que muchas veces ha usado el argumento de la no injerencia en los asuntos de otros Estados, sobre todo para criticar a Estados Unidos o España, ahora sea él quien invada las esferas de Perú y Argentina, opinando sobre asuntos que no le corresponden.
Por ello, bien haría el Presidente en guardar distancia de lo que sucede en otros países y concentrare en los problemas que aquejan a México, porque luego solo se exhibe como aliado de corruptos y dictadores.
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