Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, tiene grandes problemas, por un lado, se mantiene en el poder no por voluntad de sus ciudadanos, sino por la fuerza disuasoria del ejército venezolano, por tanto, carece de legitimidad democrática y apoyo del pueblo, y por el otro, penden sobre él las amenazas y presiones de los Estados Unidos, que en un caso extremo podrían llevar a cabo una intervención armada en su territorio.
Un argumento en contra de la intervención armada es la libre determinación de los pueblos, es decir, la no injerencia de otro país en los asuntos internos, pero cabe preguntarse sí la permanencia de Nicolás Maduro es algo que desean los venezolanos y claramente no es así, la última elección la perdió y no pudo demostrar ni frente a sus aliados lo contrario, al negarse al hacer públicas las actas, mientras la oposición documentó su triunfo.
Ello nos lleva a preguntarnos ¿qué pasa cuando la mayor parte de un país desea un cambio, pero una minoría armada se lo impide?, en estos casos ¿es válida la ayuda exterior para hacer predominar la voluntad popular?, o incluso, en esos casos es reprobable y se debe dejar a la población a su suerte.
Son debates que están lejos de poderse resolver, porque existen argumentos que sustentan ambas posiciones, lo cierto es que cuando se trata de decisiones de las grandes potencias, los argumentos casi nunca son relevantes, pesan más los intereses.
Y al ser Venezuela un país cercano a Rusia y China, pero dentro del ámbito territorial cercano a los Estados Unidos, podría darse en las siguientes semanas una intervención armada que derrocara a Nicolás Maduro, y tal como sucedió en Ucrania con la invasión rusa, habría protestas enérgicas de muchos países, seguramente de México también, pero en la práctica los intereses de Estados Unidos prevalecerán, porque en el derecho internacional la ley del más fuerte sigue imperando, por lo que en realidad todo se reduce a la decisión que habrá de tomar un solo hombre: Donald Trump.
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