Las vacaciones de verano siempre han sido ese tiempo especial del año en el que dejamos atrás la rutina diaria y nos sumergimos en momentos de aventura y diversión.
Cada verano trae consigo un sinfín de historias que nos hacen reír, reflexionar y, en muchas ocasiones, nos toca recordar anécdotas que, aunque pequeñas, han dejado una huella imborrable en la memoria.
En los años en que el tranvía circulaba por Ciudad Madero y Tampico era toda una aventura planear un viaje a la playa Miramar en los días calurosos de verano.
No se necesitaba más, solo las ganas de aprovechar la cercanía de quienes vivíamos en la zona centro de la entonces urbe petrolera.
En la parada ubicada frente al mercado municipal y en compañía de los hermanos, y bajo la supervisión de un familiar, se abordaba lo que parecía más un submarino amarillo que un tranvía. Y así comenzaba la travesía hacia las aguas del Golfo de México.
Mientras tanto, el cobrador caminaba por el pasillo, y en la palma de su mano llevaba una pequeña pila de monedas.
Cada paso hacía que las monedas tintinearan suavemente, emitiendo un 'tin-tin' metálico al chocar unas contra otras.
A medida que las movía hacia adelante y hacia atrás, el sonido cambiaba de un tintineo ligero a un suave “clink-clink”, creando un ritmo casi musical que se mezclaba con el constante “clac-clac” de las ruedas del tranvía sobre los durmientes de las vías.
Conforme el sonido de las monedas se hacía más cercano, se convertía en un claro mensaje de que debíamos preparar nuestro pago, una señal auditiva que todos los pasajeros reconocían de inmediato.
Así avanzaba a paso cansino, atrás quedaba el centro de Madero, recorríamos la colonia Vicente Guerrero, Hipódromo y la refinería Madero -cuando sí producía- hasta llegar a la estación de tranvías a unos metros de la arena de Miramar.
Igual que otras personas, comenzábamos nuestro andar con la ilusión de disfrutar de un gran día de verano.
Sin importar los estragos que podrían causarnos los rayos del sol, íbamos y veníamos por la orilla de la playa y así transcurrieron los días de verano por varios años.
Esos veranos, con sus tranvías y días en Miramar, quedaron como grandes recuerdos.
Hoy, ya se piensa más de una vez en “disfrutar” de un día de sol. Queda la nostalgia de una infancia donde el tiempo parecía infinito.