La ruta de la seda es un recorrido de 8000 kilómetros. Fue la columna vertebral que unió el Este con el Oeste. Las múltiples vías que a lo largo de mil años conformaron el serpenteante camino de China a Europa trajeron plantas y productos elaborados sin fin a Occidente. El nombre de Ruta de la Seda fue otorgado por el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen en el siglo XIX. El punto más oriental de la ruta comenzaba en Xi-an (Siam, hoy Tailandia) y bordeaba el desierto de Gobi, antes de atravesar Turquestán. Otra ruta importante de comercio, también parte de la Ruta de la Seda, comenzaba en Calcuta, subía por el río Ganges antes de cruzar el sur del Himalaya y atravesaba las colinas de Pakistán y Afganistán. Otras rutas pertenecientes a este increíble camino de comerciantes iban de Kazajistán y Armenia, pasaban por Irán, Iraq y Siria, tocando después Alejandría, Constantinopla, Atenas, Génova y Venecia.
Se sabe que una de las primeras rutas salieron de China en la dinastía Han (206 a. C.-220 d.C.). Los comerciantes en aquellos tiempos sufrían el acoso de los xiongnu, los antepasados de las tribus que posteriormente formaron una confederación, los hunos. Los xiongnu hostilizaron a tal grado a las caravanas de comerciantes que los chinos tuvieron que pactar con los vecinos para protegerse de estos aguerridos jinetes. Uno de los emisarios de los chinos para establecer estas alianzas fue el diplomático Zhang Qian, quien fue capturado por los xiongnu y permaneció entre ellos por cerca de 11 años, llegó a tener esposa e hijos al lado de sus captores. Otros diplomáticos como él llevaban regalos a los vecinos para poder establecer alianzas. Entre esos regalos iban princesas, oro y seda. Según los historiadores en el siglo I d.C. el imperio Chino enviaba casi una tercera parte de sus ingresos para sostener las alianzas y proteger a sus comerciantes. Es aquí el origen del comercio de seda.
Los chinos eran maestros de la fabricación de la seda, desde muchos años antes de nuestra era. Los descubrimientos arqueológicos dan cuenta de restos de seda con una antigüedad de 4000 años. La seda depende de la morera blanca (Morus alba), arbusto o árbol caducifolio de origen chino. La madera de estos árboles, que pueden llegar a medir hasta 15 metros de alto, es muy apreciada por los carpinteros de muebles e instrumentos musicales, porque es muy dura.
Las hojas gruesas y anchas de la morera son el alimento de los gusanos de seda (Bombyx mori). Los botánicos han descubierto que la técnica de cultivo de este árbol era: primero, plantar la robusta morera salvaje, ya arraigado el árbol, se injertaba un ejemplar de cultivo. Cuando el árbol tenía una edad de cinco años se consideraba con hojas ideales para alimentar a los gusanos de seda. Los huevos de los gusanos se cuidaban para que eclosionaran al mismo tiempo y las orugas producidas se coloban en camas de paja picada. Durante 35 días se les daba de comer en abundancia, hojas de morera. Al final de este periodo, los gusanos habían tejido sus capullos, la seda. Los capullos se seleccionaban, unos son para tener más gusanos y otros se cocinaban al vapor y con agua hirviente y así, una vez vacíos, se iban desprendiendo los finos hilos de seda. Un solo capullo puede llegar a producir 1500 metros de hilo de seda. Este hilo se puede teñir y tejerse para hacer lienzos.
Así que la morera blanca es imprescindible para la existencia de la seda. Y como los gusanos son voraces, una blusa de seda, obliga a proporcionar a los animales, hasta 4000 kilos de hojas. La Ruta de la Seda usaba caballos, dromedarios, elefantes y hombres para trasladarla, pero además de esta fina tela, se comerciaba con té, papel, especias y cerámica. Los budistas propagaron su fe a través de esta ruta comercial. De regreso, las bestias de carga llevaban al oriente, uvas, cristal, incienso, alfalfa. Pero la seda era el artículo comercial más valioso y llegó a ser la moneda de cambio. En un antiguo documento se dice que una madeja de seda vale lo mismo que un caballo, lo mismo que cinco esclavos.
Cuando la seda llegó al corazón del Imperio romano en el siglo I a.C., los romanos sucumbieron ante su belleza. Pequeños trozos de sericum (seda) se cosían en los cojines y en la ropa, donde se prendían con alfileres. Los chinos guardaban celosamente el secreto de la producción de la seda. Plinio el Viejo, en su libro Historia natural (77 d.C.) planteaba que la seda era patrimonio de los seres, quienes poseían bosques con "lana". Decía que "Separaban la blanca pelusa de las hojas rociándola con agua, de modo que sus mujeres realizan la doble tarea de separar las hebras y volverlas a tejer". Otras teorías que trataban de explicar el origen de la seda hablaban de que la seda era tejida de arena muy fina o que era producto de los pétalos de una extraña flor del desierto. Pensaban que había unos insectos que comían y comían esta flor y cuando reventaban de tanta ingesta, se obtenía la seda. Otros pensaban que la seda procedía de una extraña pelusa de ciertos árboles. Con todas estas ideas fantasiosas, los romanos disfrutaban de la textura de la seda y llegaron a elaborar túnicas completas de ella. Algunos condenaron estas prácticas, como Séneca y Tiberio, diciendo que eran costumbres "afeminadas".
Con el tiempo la verdad floreció y llegaron semillas y retoños de moreras albas a Persia y Grecia, en Sicilia se cultivó el árbol y se criaron gusanos. Ya para finales del siglo XV, cuando se trazaron nuevas rutas a nivel planetario, los franceses cultivaron moreras al sur de su país, pero no fabricaron seda.
A América llegó la morera con los españoles, acompañada de los gusanos de seda.
CECILIA VÁZQUEZ