El título de este artículo es una frase original de Felipe González expresidente del Gobierno español y lo escuche de Ernesto Zedillo en un discurso en Chiapas cuando iba en el segundo año de su periodo como Presidente de México.
Zedillo aplicaba medicinas amargas para la economía. Intentaba explicar la realidad a la gente: Acaso quieren –decía—que exprese falsedades y les ponga azúcar en el oído como dice Felipe González. Azúcar al oído es fabricar una quimera que no le está permitido a un hombre de responsabilidad pública; en un líder político es una perversidad, complementa Felipe González en conferencias y entrevistas. En las campañas, por la naturaleza del momento se sobrellevan licencias a los políticos para atraer a los electores con promesas pero enfrente tiene a otro candidato con amplio terreno para rebatir. En ese momento, además, la gente se sabe cortejada y genera un impermeable para dudar de los ofrecimientos.
Pero el gobernante que adula al pueblo abre un amplio espectro de dudas. El halago desmedido provoca en las personas atentas una franja desconfianza y en la gente menos acuciosa puede elevar el autoestima sin razón que, como el amor falso, vulnera el corazón. El gobernante en el poder ya no está para seducir al pueblo con palabras sino para cumplirle con responsabilidad. Gobernar es ejercer un poder que irremediablemente causará inconformidad, temores, dudas y riesgos. Un político profesional está consciente de ello y se prepara para afrontarlo de la mejor manera. González también previene tomar distancia de aquel político “que dice al pueblo lo que quiere escuchar” porque el buen orador es intuitivo y en rigor nadie ha preguntado que quiere escuchar porque el pueblo tiene mucho más que dos oídos.