He decidido convertirme en periodista de mí misma, mi propia observadora y hasta paparazzo. No será un juego o, si lo es, no será perverso o tramposo. Me interesa ir dejando testimonios, atar cabos que, sospecho, se perciben desde fuera cada vez más sueltos, cuando no es así. Todo lo que haga, dentro de ciertos límites confesables, entrará en esta serie de reportajes. Seguiré con mi Proyecto Wittgenstein que incluye no únicamente sus libros, sino las obras derivativas; por ejemplo, La amante de Wittgenstein de David Markson, en la que ahora me concentro, no solo releyendo la novela —mi opinión de que es excepcional no ha cambiado— sino rastreando las anteriores y rescatando datos, que no abundan. Markson fue un escritor recluso, por estrategia o resignación. Sin embargo, como suele ocurrir con autores que se alejan de las actividades públicas (cuestión en el fondo de extrema vanidad y susceptibilidad) en Markson hay un deseo sincero —se revela en la correspondencia— de que aparezcan discípulos, discípulas, lo descubran, lo entrevisten, los reflectores lo iluminen y él obtenga por fin el aplauso que merece. Pero “nadie viene…nadie llama”, escribe en La última novela. Leo además las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein. Por las numerosas notas y comentarios que lo preceden, sé que se trata de un texto sagrado. En el prefacio Wittgenstein define su libro como “un mero álbum”, y añade: “No quisiera que mi escritura le ahorrara a la gente el esfuerzo de pensar”. El primer fragmento es una cita de las Confesiones de San Agustín acerca de cómo en la infancia se aprende a conectar las palabras con lo que designan.
Y seguiré, claro, con el Proyecto de mi Vida en Progreso (o Retroceso). A diario comienza en la madrugada con una modesta utopía: hoy saldrá bien lo que ayer salió mal. Me muevo con cautela en el circuito cerrado de la casa, aunque me permito libertades de inconciencia y no siempre me miro por encima del hombro. El mundo social, literario, es otro asunto. Ahí se esfuma mi centro de mando y surgen múltiples puntos de vista, peor aún videos y fotos que me condenan a un obsesivo repaso, pues me cuesta trabajo creer lo que veo: los gestos, la vehemencia con la que expreso juicios, mi torpeza, la indignación que me toma por asalto. No reconozco a esa persona que se llama como yo y tiene mi cara: LadyPensadora. Debo estudiarme. Los errores se multiplican. Pongo Rapsodia para alto de Brahms en vez de para contralto (me lo señala un buen amigo en un mensaje: “minucias, querida, minucias”). No entiendo las instrucciones que se me dan antes de un “evento” y tiro los papeles, se me cae el micrófono, muevo de su lugar exacto el atril, leo tan rápido que me tropiezo con mi voz. Me asombra el profesionalismo de mis colegas. Me sorprende mi falta de práctica, en realidad, de convicción: carezco de la debida fe. En una caricatura me voy a preguntar: “¿te gustan tus poemas?” Suenan mejor adentro que afuera porque no hay quien los oiga.
AQ