Cultura

Capítulo 6

Hoy aprendo a armar las piezas de la máquina que sirve para componer lo que he roto e, incluso, para ofrecer disculpas en mi nombre sin que sea necesario que yo dé la cara a cada rato. La máquina es un objeto hermoso, esférico, plateado por fuera y cobrizo por dentro. Me indica cómo proceder “en los casos que me acaecen” y cómo ir definiendo las situaciones negativas de modo neutro o al menos conveniente; qué manivela mover, qué tuerca apretar, cómo desconectar el cable y ajustar las vibraciones o el volumen general. Usa pilas, además, lo cual resulta práctico cuando se va la luz y me hallo “en pleno asunto”: buscando huellas, algún hoyo, trampas, por ejemplo, y redimiendo al prójimo en turno porque así lo dicta mi ley severa. Quince o veinte golpes de pecho y ánimo. “Fui yo”, —le digo al jardinero— “míreme: los dedos sucios, las manos en la tierra”. Ayer hubo moscas y una invasión de hormigas en la estufa. Intenté reírme. Se trata de la historia, no de la realidad, no de la verdad. ¿Qué sigue? Un borrador sin tachones en la carpeta de hojas sueltas. Parece que Marina y Manuel se conocieron en la fiesta de una amiga mutua en la colonia Alpes en 1979. Bailaron Hot Stuff de los Rolling Stones y luego compartieron un cigarro en el pasillo entre la sala y el baño y Manuel le dijo a Marina “bailas como la típica chava fresa” y Marina no le quiso contestar que él bailaba con puros gestos, cejas levantadas, ojos entrecerrados, aleteos ridículos de los brazos, en vez de hacerlo con todo el cuerpo y al ritmo de la música. En la calle Manuel le dio un beso en la boca a Marina con su bigote y sus labios delgados antes de que Marina se subiera al coche del compañero de la universidad que la llevaría a su casa. Unos días después, Marina le llamó a la amiga de la fiesta para preguntarle “por el tipo alto de bigote que nunca se quitó el saco de pana” y supo que Manuel era investigador literario y editor, estudioso de la obra de Arreola, Elizondo, García Ponce y, en especial, de la de un cuentista y novelista “extraordinario, casi clandestino, de culto, Mariano Antúnez: ¿lo has leído?” “Creo que sí”, respondió Marina y le pidió a su amiga el teléfono de Manuel. “Aquí lo tengo”, y Marina le habló a Manuel como a las seis de la tarde y él ni siquiera la recordaba —“soy la chava fresa”— y Manuel se acordó y le dijo que le volviera a llamar en unas dos semanas porque estaba ocupado preparando el índice de un libro “soporífero” y Marina azotó el auricular. Las lágrimas de la vergüenza y las lágrimas del coraje no son del mismo tamaño. En el patio la esperaban los gatos de su prima: dormidos en las baldosas, como los míos en los rombos verdes del tapete al amanecer cuando bajo las escaleras siempre con miedo a caerme. Según mis cálculos, Marina pronto cumplirá 64 años. “Ese momento vacío (ningún significado)” —escribe Roland Barthes— “produce una evidencia: vale la pena vivir”. En La novela inconclusa nadie muere porque nunca hay suficiente tiempo.

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Tedi López Mills
  • Tedi López Mills
  • Ha publicado numerosos libros de poesía, además de cuatro volúmenes de prosa.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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