¿Ya vieron Una casa de dinamita, escrita por Noah Oppenheim y dirigida por Kathryn Bigelow? Me imagino que muchos de ustedes ya lo hicieron, porque es la película número uno en Netflix, la que logró destronar a los K-Pop Demon Hunters de su largo reinado. A diferencia del anime musical, la cinta de Bigelow no resuel- ve la violencia con increíbles canciones. De hecho, no la resuelve, punto. —Ligeros spoilers a continuación—.
La premisa es esta: hay un misil camino a Estados Unidos; nadie sabe quién lo lanzó ni qué implicaciones bélicas tiene, pero tienen 18 minutos para averiguarlo. Los niños de los 80 recordamos perfectamente esa fracción de tiempo en la que nos decían que sabríamos si moriríamos vía bomba nuclear o no. Se suponía que ese equilibrio global estaba más estable hoy, dejando atrás ese temor. Pero la verdad es que no: seguimos siendo tan —o más— vulnerables que nunca.
La cinta muestra tres instancias del gobierno lidiando con ese problema inmediato. Es fascinante. Y más que eso, aterradora. Sobre todo cuando vemos los márgenes de error a los que todos están expuestos. Mientras tanto, se dio a conocer un memorándum filtrado del Departamento de Defensa asegurando que no corremos ese peligro; que los misiles pueden ser interceptados de manera segura.
Y honestamente, quiero creerles con todo mi ser. Pero Bigelow y Oppenheim no lo hacen, y lo dicen abiertamente: según ellos, solo están mostrando la verdad. Pero esto es ficción, ¿verdad? No tenía listas mis defensas emocionales, esas que reservo para los documentales más duros.
Como sea, Una casa de dinamita seguirá dando de qué hablar: como producción, sí, pero también como tema incómodo dentro del Pentágono.
