Cuando Guillermo del Toro decidió que su Pinocho estaría ambientado en los tiempos del fascismo en Italia no tomó solo una muy necesaria decisión creativa. En tiempos extremos de la humanidad es cuando vemos lo mejor y lo peor de nosotros. Y en palabras del mismo cineasta, esta cinta trata más sobre la relación entre padres e hijos que quizás otras características que siempre habíamos relacionado con el personaje.
La novela, publicada originalmente en partes en el Giornale per i bambini desde 1882 hasta 1883 tiene muchas aristas, pero la interpretación que el cineasta decida darle la puede volver simplemente en un relato sobre conceptos simples y delicados como la obediencia como virtud por sí misma o se puede, como hizo Del Toro, explorar los temas más relevantes sobre lo que es existir, amar, realmente vivir y ante todo reconocernos como seres imperfectos que buscan con todas las fuerzas ser consecuentes.
Como siempre, con Guillermo el fondo es muy profundo y, no siempre el caso, la forma está a la altura. La belleza del trabajo que encabezó, en tres países distintos, marca un antes y un después en la animación, y en lo que el cine puede y debe hacer por nosotros: conmovernos y dejarnos reflexionando sobre nuestras propias vidas.
En este momento en particular, ahora que estamos viendo muchos comportamientos a escala mundial, en los que se exigen comportamientos totalitarios y extremistas, no me puedo imaginar mejor antídoto que este nivel de obra de arte. Una que, por cierto, es muy divertida, dolorosa y fantástica para ser vista ojalá que en la pantalla grande, y luego muchas veces más en Netflix.
Susana Moscatel
Twitter: @susana.moscatel
