Antes, cuando te quejabas de algo en la televisión, no faltaba quien te decía: “Ahí está tu control remoto, cámbiale y ya”, y en cierta forma tenía razón. Ese ya no es el caso. Sé que muchos me dirán: “Cada quien su algoritmo”. Lo sé, porque eso me decía mi gente más cercana cada vez que pego de gritos sobre la información que me arrojan las redes sociales y YouTube al respecto. Claro, hasta que les pasó a ellos.
Es muy curioso que aunque por un lado la televisión abierta es tan influyente como antes, mucho de esto ahora nos llega a quienes no queremos participar de cierta programación, y menos después de ver la maquinita de indignación y de clickbait en que esto se ha convertido.
“Es un juego. Relájate”, es otra cosa que me dicen y sé que también se dicen entre sí adentro de la casa, solo que no lo es. No en realidad. Porque a cambio de éxito y rating este programa, de manera brillante y escalofriante, toca temas muy serios y los presenta como chisme de vecindad. No es por lo que les pase a los participantes, ellos saben a qué le entraron, allá ellos y sus malas conciencias; es porque si burlarse de la muerte de un hijo, acusar a alguien de asesinato o promover la traición como una táctica valida del juego es lo que nos entretiene, ¿qué será de nosotros cuando tengamos que lidiar con esas cosas en la vida real?
Todo lo anterior lo sé en contra de mi voluntad. Y lo digo porque mi capacidad emocional respecto a conflictos reales está a tope con lo que pasa en el mundo. Prefiero la ficción si se trata de evadirme. Pero no hay escapatoria a menos que tire mi celular a una coladera y deje de hablar con el mundo las próximas semanas.
Algo sí me queda claro: si lo que pasa en ese show permea tanto en la sociedad mexicana, hay que tomar en serio cuando se den mensajes terribles. ¿O acaso el plan es dejar sin trabajo a los bots rusos? Porque si se fijan, socialmente están cumpliendo muchas de sus funciones.