Le pregunté a mi traductora generacional oficial por qué la generación Z disfruta tanto decir “go touch grass” y me pareció encantador.
Aunque, claro, la intención suele ser menos amable: es lo que le responden a alguien que está “intenseando” demasiado en internet.
Me topé con ese término entre swifties, descifrando pistas de Taylor y también en debates geopolíticos que se les salieron de las manos.
En todos los casos, la solución suena igual de simple: “tocar pasto”, como sinónimo de regresar a la realidad.
Encantador, sí, pero con un pequeño detalle citadino: no siempre hay chance de organizar un picnic en Chapultepec.
Los que vivimos en grandes ciudades, menos tenemos oportunidad de encontrar pasto que nos regrese a tierra firme, que no esté contaminado con basura o con las ofrendas que dejan algunos irresponsables dueños de mascotas.
Y si de verdad fuera la cura universal, seguramente ya existiría una app para presumir cuántas veces acariciaste un zacatito virtual. Con opción premium, por supuesto.
Nosotros, en cambio, crecimos con el clásico “consíguete una vida”. Y miren lo que hicimos con ella: hipotecarla, pagarla en mensualidades o dilapidarla mientras compramos cosas que no necesitamos por internet.
Quizá el reto no sea solo tocar pasto, sino atrevernos a compartirlo.
A todos nos hace falta de vez en cuando levantar la mirada del celular, escuchar al que tenemos enfrente y recordar que la realidad —con todo y tierra, bolsitas de perro, zacate y bichos— sigue estando afuera.
No me queda duda de que somos más lo que estamos esperando “conseguir una vida en el pasto, en conjunto”.
