“Podemos envejecer con gracia o con esplendor. Yo elijo ambas”, dijo alguna vez la maravillosa mujer, actriz y directora Diane Keaton, y vaya que lo logró. El sábado por la mañana, al enterarnos de que la actriz de Annie Hall y El club de las divorciadas nos había dejado a los 79 años, el dolor y la pérdida se sintieron por todos lados.
Desde El Padrino hasta Summer Camp, su última cinta de 2024, quedó claro que tenía un rango capaz de abarcar algunas de las mejores comedias y varios de los dramas más intensos de las últimas cinco décadas. Pero había algo más. En una industria que se caracteriza por curar cada imagen, por pulir y perfeccionar a cada famosa, Diane siempre fue Diane. El estilo que marcó historia en Annie Hall salió de su clóset, y eso se repitió en muchas de las películas que protagonizó.
Quienes la conocieron bien decían que era la misma persona con un fan que le pedía un autógrafo que con el productor más poderoso de Hollywood. Siempre un encanto, nunca con poses, y regalando esa enorme sonrisa que la distinguía.
Diane amó cada una de sus arrugas, de sus etapas y de sus nuevos horizontes. Tal vez por eso dolió tanto saber que ya no está con nosotros; de hecho, su presencia fue tan radiante que su ausencia resulta casi imposible de creer.
Y por cierto, su libro Then Again (2011) es un deleite de anécdotas, de alegrías y de formas siempre distintas de enfrentar los retos de la vida. Una vida, sin duda, extraordinariamente bien vivida.
