Siempre pasa: con los dálmatas, con los sambernardos (Beethoven), con los labradores (Marley y yo), y con los chihuahuas de Beverly Hills. Básicamente con cualquier perro que nos roba el corazón en la pantalla grande.
Las adopciones —y tristemente, la compra impulsiva— se disparan de forma desproporcionada. Y aunque podría parecer algo bueno, aprovechando que hoy es el Día Mundial del Perro, hagamos esta súplica desde lo más profundo del corazón de quienes amamos a estos seres con toda el alma: un perro es un compromiso de años, no una moda y mucho menos una ocurrencia.
Con la aparición de Krypto, el superperro de Superman, y las declaraciones de James Gunn, contando cómo su muy mal portado Ozzu fue su inspiración (y su historia de adopción), hemos visto datos reveladores.
Búsquedas como “adoptar un perro cerca de mí” subieron 513% en Google; “adoptar cachorro”, 31%; y, curiosamente, “adoptar un Schnauzer”, 299%, porque muchos creen que Krypto es uno (spoiler: no lo es, pero igual ojalá los Schnauzer encuentren casa).
The New York Post publicó estas estadísticas y se están replicando por todos lados. Es hermoso, pero también preocupante.
¿Recuerdan? Dos años después del primer live action de 101 dálmatas, hubo un abandono masivo de dálmatas, una raza bellísima, pero no necesariamente la más compatible con niños pequeños o dueños primerizos.
Sí, me conmueve ver tantos eventos en el mundo promoviendo la adopción a raíz de esta versión de Krypto, pero créanme: ni Superman podía con él.
Esa es una gran pista de lo que implica ser un humano responsable de un superperro… o de cualquier perro.
No está en duda que ellos hacen nuestra vida mil veces mejor. Pero su vida entera depende de nosotros.