Las redes sociales son enormes amplificadores de muchas de nuestras carencias; entre estas se encuentra, muy seguido, la capacidad de entender que hay cosas buenas, aunque no le gusten a uno. Otra de las grandes amplificaciones de nuestros comportamientos que muchas veces no notamos tiene que ver con el deseo de sentirse especial. Está bien, pero estar en contra de algo solo porque tiene éxito apabullante es muy limitado.
El éxito con críticos y en taquilla de Dune 2 es una cosa; los fans que se regocijan porque al fin se logró una gran adaptación del texto de Herbert es otra. Y el sencillo placer de dejarnos ir por una epopeya hecha con conocimiento, arte y presupuesto, es algo que no pasa tan seguido en tiempos de repetir todo mil veces.
Así como El Padrino II, la segunda entrega de Dune es magnífica porque se apega a las novelas. Ya estamos al tanto del contexto, mundos y reglas universales que marcan la realidad de nuestros personajes y tenemos la libertad de gozarlo sin detenernos a discernir de qué nos están hablando todo el tiempo.
Dune 2 no es una secuela más, es parte del universo que creó su autor, al que se apega la producción de manera tan exitosa que es un evento brutal para quien sólo quiere acción, y una revelación tras otra a quien goza de los temas políticos, religiosos, tácticos, éticos y emotivos de la historia.
Por todos lados escucho y leo a personas que declaran con un extraño orgullo que jamás verán semejante película. Que está muy por debajo de ellos y que se enorgullecen de no ser parte de “la manada”. ¿Sabrán siquiera de que va la cinta? No tiene que gustarle a todo el mundo, pero este deporte de desdeñar las cosas solo por gusto ya está un poco gastado, ¿no creen? Así como quien celebra que nunca ha escuchado una canción de Taylor Swift. Les creo más que no se saben “Las Mañanitas”. Para criticar hay que conocer, es todo.
