Aún en Madrid, listos para dirigirnos al aeropuerto para regresar de la premiación de cine la noche anterior y de pronto se fue la luz. Somos mexicanos; la luz se va y viene. Aquí no es el caso. Mucho menos cuando empezamos a ver cómo la gente sale de los edificios con la misma cara que nosotros cada que se suelta la alerta sísmica. La gente se congrega en las calles, murmura, habla y se empieza a escuchar “ciberataque” y “guerra” por todos lados. Los más aventurados jugaban a los zombies y miraban al cielo. No se si esperando el asteroide o a Katy Perry cayendo del espacio. En fin, una locura.
Soy de las afortunadas que logró subirse a un coche y tuvo un chofer lo suficientemente cafre como para ganarle a los túneles que se iban cerrando detrás de nosotros. El transporte público detenido por completo, ni un solo dato en los celulares, y la imaginación a tope. Nombrando cintas desde Mars Attack hasta la nueva serie de Robert De Niro, Día Cero, donde toda la acción comienza exactamente así.
Si tengo suerte estoy por abordar mi avión que me llevará a México y las próximas once horas no sabré (no hay wifi ahí tampoco) cuál fue la explicación oficial de esto que pasó. Las redes sociales aseguran cosas que aún no están confirmadas al momento de escribir esto. Y cuando lo lean ya sabremos más.
Lo que me dejó claro esta experiencia es la velocidad con la que una sociedad organizada puede perder la cordura en la calle en tan solo diez minutos de incertidumbre. Una tremenda porque sin luz, internet, telefonía y transportes se abren las puertas a toda la especulación del mundo.
La verdad es que nuestra prudencia y civilidad está claramente colgada de un alambre como sociedad y sino más vulnerables de lo que jamás imaginamos.