Acabo de leer el libro más reciente de la periodista Anabel Hernandez, Las señoras del narco, y quedé helada por las descripciones que ella y particularmente su fuente principal, una mujer que solo nombra como Celeste, hacen respecto a lo que es esa vida. En este caso en el mundo del finado capo Arturo Beltrán Leyva.
Anabel siempre se ha destacado por su valor y por la profundidad de sus investigaciones, mismas que incomodan profundamente a muchos. No es para menos con tanta podredumbre que permea tantas de las capas de nuestra sociedad.
Además, no tiene empacho de nombrar a muchas de las mujeres más reconocidas de la televisión mexicana como partícipes en la vida personal del narco. Lo hace con datos, con el testimonio de alguien que, sin duda, sabe cosas que no podría saber de otra manera, y explicando cómo se dan redes entre la ley, la farándula, el crimen organizado y la política, de tal manera que todo se siente demasiado cerca.
Este, como suelen ser sus libros de investigaciones, no es como una serie de tv de entretenimiento con narcos como protagonistas, aunque la mujer sabe usar la narrativa como pocos. Y lo que en definitiva NO es (por favor seamos profundamente cuidadosos) es una colección de datos que deba detonar preguntas estúpidas a los miembros de la farándula en contextos de chismes, clickbait y rivalidades tontas. Aquí no se trata de vender más revistas, es un ensayo de las peores heridas de nuestro México y las mujeres que se mencionan bastantes temas tendrán con qué lidiar al respecto. No, no es alimento del chisme.
Hay vidas en la línea, no somos los jueces morales del comportamiento de nadie. Esto va más allá del chisme, porque México está en juego y no podemos reducir esta ecuación a quien es “famosillo” solo porque nos entretiene.
