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Hace unos días leía que Oprah Winfrey, una multimillonaria presentadora estadounidense cuya piel es de color oscuro, vivió una “curiosa” experiencia cuando visitó una tienda de afamada marca en una visita turística, en Italia.

Cuando pidió ver una bolsa, le dijeron que era un modelo de venta exclusiva para personas italianas. Luego pidió la del aparador y el vendedor se excusó con que no podía enseñársela, justo porque estaba en el aparador.

Uno de sus acompañantes, entendiendo que se trataba de una situación relacionada al aspecto físico de la presentadora, llamó a su guía italiano y lo puso en la bocina con el vendedor. Y todo cambió: la tienda entera estaba disponible para su compra y hasta champagne hubo para que la compradora disfrutara.

A mí, probablemente al igual que a Oprah, me gusta mi color de piel. Disfruto señalando que soy el negrito en el arroz en mi familia, ante dos hermanos bastante rubios. Cuando digo que soy morena, no falta quien dice: ¡tú no eres morena!, como si me estuviera ofendiendo yo misma.

Si soy morena y si tengo una historia para contar. El año pasado buscaba un regalo para mi jefe y acudí a una tienda en León que vende distintos artículos con motivos mexicanos: chalinas, bolsas, mascadas y corbatas, entre otros. Empieza con Pineda.

La vendedora, una mujer rubia de mediana edad, atendía a una compradora extranjera. Yo esperaba pacientemente a que me atendieran, cuando inesperadamente la vendedora me pidió que le ayudara a hacer la conversión peso a dólar. Sorprendida, lo hice cuantas veces me lo pidió. Porque después de todo para eso estamos, ¿no? Para ayudarnos las unas a las otras.

Cuando llegó mi turno, me dispuse a pagar la corbata de regalo y un broche para mascada que en mi espera me cautivó. Para mi sorpresa, la rubia mujer que atendía la tienda me dijo que el broche no podía ser vendido si no llevaba una mascada.

Extrañada, porque creí conocer la marca, le comenté que tal vez ella cometía un error, toda vez que de acuerdo a mi experiencia en la misma marca y en diferentes tiendas del país, piezas como el broche no son complemento condicionado y el producto no estaba mostrado como un juego. Y de nuevo recibí una negativa, ahora grosera. Salí de la tienda sin broche y sin corbata.

Fiel a mi costumbre de consultar antes de que se me considere necia, llamé a un centro de atención de la marca. Me dijeron que efectivamente la compra de una pieza no estaba condicionada a la compra de otra, ofrecieron una disculpa y cerraron con que nada podían hacer porque la tienda era una franquicia.

Y la rubia mujer de mediana edad, sigue estando en ese lugar de un gran centro comercial de la ciudad de León, en donde por alguna razón, hay quienes no podemos ni queremos adquirir lo que cualquier cliente regular.

Desconozco qué le incomodó a la mujer de mi intención de compra, o si no fui lo suficientemente colaborativa cuando me puso a hacer conversiones monetarias para sus clientes extranjeros. Pero en cuanto leí la experiencia de Oprah, recordé este hecho que había archivado en el baúl de la incomodidad.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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