Para el envío de información, antes de las 7:00 de la mañana, cinco personas trabajaban toda la noche. La lista de destinatarios era de quince personas, todas ellas con un nivel de mando y decisión dentro de la Institución, incluyendo a su titular.
¿La leían? Se suponía que sí.
Un buen día, el área que originaba esta información que se consideraba sustantiva, se atrevió a ganarse un regaño, poniendo a prueba la utilidad de su labor: decidieron dejar de mandarla. Esperaban que la siguiente mañana hubiera un reclamo, que en realidad se presentó hasta semanas después, cuando algún mando intermedio debía elaborar un informe para el que necesitaba algunos datos.
En resumen, muy pocos sacaban provecho a una información que costaba sueldos y sueño a un equipo de trabajo. Era un proceso que durante años se había realizado y probablemente se había vuelto obsoleto sin atender necesidades actualizadas de los usuarios.
En otro pasaje de la administración pública, cuando cambió el titular del área, aplicó medidas prácticas, aunque poco ortodoxas, para el control de temas administrativos.
Ordenó dejar de surtir tarjetas de gasolina y no pagar el servicio mensual de los teléfonos celulares. Es decir que en lugar de revisar los libros administrativos de usuarios, optó por esperar para ver quién reclamaba y por qué el uso de los recursos públicos. Y lo logró, con algunos costos en el servicio, pero también con cortar el servicio a quienes ya no tenían el cargo o nivel correspondiente.
Sin hablar sobre estilos gerenciales o procesos de administración pública, este par de sencillos y poco catastróficos ejemplos, llevaron a la crisis procesos, para a partir de ello tomar decisiones o demostrar la utilidad de ciertos procesos.
¿Es válido? En lo personal creo que hay otros métodos de hacerlo, evitando riesgos y con metodología, pero en la práctica, este tipo de decisiones gerenciales se han vuelto cada vez más frecuentes en México, con crisis que sí han provocado consecuencias mortales. ¿Ejemplos? Desaparecer instituciones, dejar de abastecer insumos básicos, recortar presupuestos y brincarse procesos necesarios.
Y cada una de estas decisiones han puesto a prueba nuestra capacidad de asombro y normalizar lo que en realidad es anormal.
Regresemos al 2017, ¿qué situaciones, nombramientos o procesos nos hubieran parecido absurdos o intolerables?, ¿cómo hubiéramos reaccionado ante las consecuencias de los mismos?
Si uno pone una rana en agua caliente, brincará de inmediato porque advierte el peligro. Pero si a esa rana se le pone en agua fría y se calienta lentamente, se cocerá sin intentar escapar.
Ojalá no estemos como la rana, nadando plácidamente en el agua que nos está cociendo hasta llegar al punto de no retorno.