Política

250 años de Morelos

  • Columna de Salvador Ramírez Argote
  • 250 años de Morelos
  • Salvador Ramírez Argote

Cuando se cumplen 150 de un acontecimiento se dice que es un sesquicentenario. Por ejemplo, dentro de dos años se cumplirá el sesquicentenario del fusilamiento de Maximiliano y la Restauración de la República, hechos ocurridos en 1867. Desconozco si existe una palabra tan extraña como ésa para designar el cumplimiento de 250 años, que es nada menos que un cuarto de milenio. ¿Sesquibicentenario será? Probablemente sólo el maestro Enrique Soriano nos puede despejar esa duda.

Pero sea de ello lo que fuere, lo cierto es que el miércoles de la próxima semana, el 30 de septiembre, se cumplen 250 años de que José María Morelos vio la luz primera en Valladolid, ahora Morelia.

Discípulo del padre Miguel Hidalgo en el Colegio de San Nicolás en la misma Valladolid, José María Teclo Morelos y Pavón se ordenó sacerdote y fue cura en algunos pueblos de Michoacán. La Revolución de su antiguo mentor lo alcanzó siendo él párroco de Carácuaro. Mejor dicho, las noticias lo alcanzaron, pero no la Revolución, al contrario, él alcanzó a la Revolución al ir a buscar al padre Hidalgo para ponerse a sus órdenes como capellán castrense.

Pero Hidalgo vio sus cualidades y lo envió a encender la insurrección en el sur de la Nueva España. Su carisma, su capacidad organizativa, muy superior a la de Hidalgo, su entrega y su pasión por lograr la independencia total de la América Septentrional, le dieron a la guerra de Independencia sus páginas más interesantes.

Escribió los Sentimientos de la Nación, documento luminoso que en 23 puntos da fundamento a todo el pensamiento social mexicano. Y escribe también un documento mucho menos conocido pero igualmente fulgurante, porque plasma su ideología sobre lo que ahora llamamos la parte orgánica de la constitución, y ese documento es el Reglamento del Congreso.

Morelos se distinguió de otros caudillos de su tiempo como Ignacio López Rayón, porque fue partidario de la independencia absoluta, no de la mera autonomía ni de usar el nombre del Rey Fernando Séptimo para atraer al pueblo sencillo -que veneraba la figura del monarca- a su causa. No: había que quitarle la máscara a la insurgencia -la máscara del rey- y mostrar su verdadero rostro, el de la independencia absoluta para fundar un nuevo estado, en el que los mexicanos se gobiernen por sí mismos y en el que haya justicia social.

Para quienes ejercen o ejerceremos en breve un cargo de elección popular, vale mucho la pena releer los Sentimientos de la Nación, en particular el punto número 12, que ahora citó de memoria:

Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, que moderen la opulencia y la indigencia y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que lo alejen de la ignorancia, la rapiña y el hurto.

Desafortunadamente la ideología social de Morelos no se vio coronada con el triunfo de la insurgencia. El movimiento fue aplastado y Morelos fue capturado. Mediante el terrible rito de la raspadura de las manos, fue degradado de su condición de sacerdote, fue despojado del poder de consagrar y fue juzgado con rigor y fusilado por la espalda, como se ejecuta a los traidores.

La muerte de Morelos y su retractación, arrancada mediante el tormento psicológico y moral, fue utilizada como propaganda por las autoridades del Virreinato en contra del movimiento insurgente.

Desmoralizados, los insurgentes se replegaron y sólo unos pocos jefes como Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero mantuvieron dos exigua llamas de la rebelión en Guerrero y en Veracruz. Desesperanza fue lo que encontró Xavier Mina cuando llegó a ayudar a la causa y dio su vida muy cerca de León.

Morelos y los demás miembros del Congreso de Anáhuac -José María Cos, José María Liceaga, Carlos María de Bustamante, José Sixto Verduzco, Ignacio López Rayón y Andrés Quintana Roo, entre otros- nos legaron el monumento fundacional de nuestra historia constitucional: el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, mayormente conocido como la Constitución de Apatzingán, de 1814.

El lugar del fusilamiento de Morelos fue el pueblo de Ecatepec, ese municipio del Estado de México cuyo nombre evoca al vetusto dios prehispánico del viento. Y así, fugaces como el viento fueron los triunfos de Morelos en la Guerra de Independencia. Pero sus ideales deben seguir vivos, porque la desigualdad y la injusticia no han terminado a 200 años de distancia.

Ojalá que el recuerdo de fechas como estas nos sirvan para sentirnos orgullosos de nuestros héroes y de nuestra historia, para animarnos a conocerla más y para aprender de ella. De nuestros héroes podemos aprender mucho de sus virtudes y también de sus yerros.

Si el movimiento de Morelos terminó siendo derrotado fue por las desavenencias y los celos entre los miembros del Congreso. Ésa es una enseñanza que debemos recoger todos los que participamos en política: la desunión nunca nos ayudará como sociedad, siempre nos llevará al fracaso y al hundimiento. Por eso tenemos que potenciar lo que nos une y aprender a procesar civilizadamente nuestras diferencias. Eso siempre se agradecerá.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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