Han pasado ocho días apenas y el asunto preponderante, en la agenda global, es el señor Trump.
No es que personajes de su calaña tengan descomunales talentos para la comunicación, por más que el hombre pudiere ser un buen comediante, sino que su desmesura y su descaro los proyectan directamente al escenario: dicen — sin pudor alguno y sin la menor prudencia— lo que casi nadie se atreve a soltar, lanzan bravatas que necesitan de una obligada respuesta, rompen reglas y moldes, humillan a su antojo y sacan provecho, antes que nada, de su disposición a provocar a todos los demás.
Un mocoso berrinchudo también acapara la atención de quienes lo rodean en el momento de su rabieta. Podemos advertir, justamente, un paralelo entre el rapaz que no se sabe todavía comportar y el adulto que, de parecida manera, no aprendió nunca a refrenar sus impulsos y aceptar límites.
En ambos casos se trata de personalidades que se arrogan, al parecer, la facultad de no sujetarse a las normas y, consecuentemente, la paralela potestad de atender en exclusiva sus caprichos y antojos.
El gran tema sería la relación de tales individuos con el mundo en general y la disposición del prójimo a acomodarse a la realidad de sujetos cuyo esquema particulares el maltrato, la ofensa y, sobre todo, la imposición de sus voluntades a todo aquel que se les pare enfrente. Porque, qué caray, un tipo odioso y abusivo lo primero que despierta es enojo, por no hablar de las ganas, con el perdón de ustedes y sin el menor propósito de celebrar la fuerza bruta, de abofetearlo para ponerlo en su lugar. Pero es que, justamente, estamos hablando de una forma de violencia, la de los insolentes y despóticos, de algo que viene siendo, a la vez, un detonador de arrebatos.
Trump, en su papel de matón, avisa de que Estados Unidos se va a apropiar a la torera de Groenlandia y el Canal de Panamá. Amenaza y agravia. ¿Cómo le responderán los responsables políticos del resto del mundo?
Al inefable presidente de Colombia ya lo vimos, en un primer momento, engallado hasta el punto de solazarse en un discurso tan extravagante como ridículo. Le respondió Trump y el tal Petro dobló de inmediato las manos.
Y sí, ha llegado un camorrista pendenciero a la Casa Blanca. Lleva ahí tan sólo una semana. ¿Qué más falta?