A quienes condenamos la invasión rusa a Ucrania nos argumentan de inmediato que los Estados Unidos han comenzado guerras aquí y allá: Vietnam, Iraq, Afganistán, etcétera, etcétera…
Pues sí, pero hay un factor muy importante en la ecuación: las intervenciones militares de la gran potencia mundial se han dirigido, en su práctica totalidad, a derrocar regímenes dictatoriales invocando, en todo momento, los valores democráticos y la libertad.
Existe, ciertamente, un estamento militar, muy fuerte e influyente en el vecino país, y está su poderosa industria del armamento aunque, miren, entre las naciones que fabrican fusiles de asalto, ametralladoras, aviones de combate, bombas incendiarias y misiles se encuentran también la muy civilizada Alemania, la muy urbana Francia y la muy apacible Bélgica. Pídanles ustedes a los señores gobernantes de alguno de estos países que cierren las factorías en las que producen las armas-de-destrucción-no-masiva (o sea, que destruyen selectivamente, no de manera indiscriminada), que renuncien a las ingentes ganancias que reciben al exportar sus artilugios, que desmantelen sectores enteros de sus economías y que manden al desempleo a los miles de trabajadores que laboran en sus plantas industriales; verán, a las primeras de cambio, que las razones humanitarias se diluyen al calor de intereses concretísimos.
Es la hipocresía del mundo, desde luego. El asunto, sin embargo, es la disposición que una persona pueda tener para no meter a todos los actores políticos en el mismo saco, es decir, para reconocer las diferencias entre unos y otros. Y ahí, hay que decirlo, no es lo mismo un Emmanuel Macron que un Vladimir Putin como tampoco son equiparables un Trump dedicado a vulnerar los mismísimos principios del sistema democrático y, digamos, el propio George W. Bush, a pesar de su arbitraria e interesada incursión en los territorios iraquíes.
Justamente, ¿quién gobernaba Iraq? Pues, Sadam Hussein, miren ustedes. Un personaje nada ejemplar, de la calaña de los autócratas más repudiables. El Afganistán de los talibanes no es tampoco ningún paraíso terrenal, como lo estamos viendo ahora mismo. Y Libia es punto menos que ingobernable (lo cual nos llevaría a la desalentadora constatación de que la democracia no es necesariamente exportable ni se puede imponer por la fuerza).
La gran cuestión sería entonces dilucidar cuál es el realmente ánimo que lleva a los dirigentes de una nación a desencadenar acciones militares y, a partir de ahí, seleccionar las respectivas condenas para cada quien.
Bush, Aznar y Blair celebraron un muy extraño maridaje para desembarcar en Iraq. Son criticables. En lo que toca a Putin, miente también. Pero detrás de sus mentiras se esconden los designios de un tirano cruel con aspiraciones imperiales. Es peor. Mucho peor…
Román Revueltas Retes
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