Los latinoamericanos llevamos a cuestas la historia patria como un pesado fardo en lugar de actualizar nuestros genes, por así decirlo, para emprender alegremente el camino hacia la modernidad.
Somos pueblos de solemnidades dirigidas, mayormente, a la glorificación de unos próceres elevados a una condición punto menos que sobrehumana. La tal “República Bolivariana” bajo la cual se ha procedido al brutal empobrecimiento de Venezuela parecería una morrocotuda aberración pero no es otra cosa que una entelequia, otra más, de las que llevan el signo de la casa.
Ahí están, en la galería de prohombres prestos a ser reciclados como mitos fundacionales de los regímenes de la nostalgia, Juan Domingo Perón, el propio Fidel Castro (es personaje reciente, pero ya pronto seremos testigos de su feroz sacralización, lo mismo que el Che Guevara), Hugo Chávez y los antiguos de siempre, muy respetables, desde luego, pero que, en su condición de pretextos para validar la instauración de sistemas centrados en el culto a la personalidad del nuevo caudillo, terminan siendo instrumentos de dominio.
Tampoco es casualidad que la mentada Cuarta Transformación se haya arrogado, a la torera, la monumental prebenda de hermanarse, justamente, con los grandes episodios de nuestra historia y que se haya asignado, desde ya, la categoría de un supremo acontecimiento.
Los cofrades de la 4T son descendientes directos del mismísimo Benito Juárez, vamos, y cualquiera que no comulgue con sus dogmas merece, en automático, el infamante mote de “conservador” (aunque, miren, ser denostado por “neoliberal” también figura, paradójicamente, en el menú de injurias).
El pasado se idealiza, por un lado, pero es también la fuente del resentimiento de los pueblos conquistados. En la agenda pública de un país como México deberían de figurar temas como la sociedad del conocimiento o la educación de calidad. Pues no, al Rey de España le exigimos que se disculpe porque las tropas al mando de gente con la que no tiene nada que ver se aliaron, hace más de 500 años, con unos tlaxcaltecas que querían librarse del yugo mexica
No nos lleva a ningún lado eso. Pero, por lo visto, se conecta muy bien con nuestra genética.