Uno de los aspectos más aterradores del derribamiento del aparato judicial que está emprendiendo el régimen de la 4T es la indefensión en la que nos vamos a encontrar los ciudadanos frente al opresor aparato del Estado.
Actualmente, si una autoridad opera de manera arbitraria —cosa nada infrecuente—, las personas pueden apelar todavía a un recurso de amparo otorgado, justamente, por un juez. Este magistrado no es obligadamente deshonesto ni incapaz ni abusivo ni inexperto sino, bien al contrario, un sujeto que se ha sometido a todo un proceso de selección para poder desempeñarse en su cargo, un profesional de los pies a la cabeza con los debidos conocimientos de la cosa jurídica.
Hay excepciones, desde luego, de la misma manera que existen curas pederastas, empresarios bribones, médicos desalmados y tipos tramposos en todas las profesiones y oficios habidos y por haber.
El tema, justamente, no es arremeter contra un cuerpo entero de jurisconsultos y desmantelar la estructura de uno de los Poderes sino limpiar la casa de la justicia de verdad, o sea, emplear una muy sustanciosa cantidad de los recursos del erario para mejorar la operación del Ministerio Público, dar mucha más rapidez a los juicios, brindar certezas jurídicas a las personas y a las empresas, garantizar derechos o, expresándolo en otras palabras, instaurar un auténtico país de leyes.
Necesitamos urgentemente una nación en la que la gente acuda a denunciar los robos y las extorsiones que padece en lugar de abstenerse por la desconfianza que le inspira el aparato legal, por no decir miedo; una nación en la que los delitos sean castigados y no tengan lugar tan descomunales índices de impunidad; una nación donde los cuerpos policiacos sean eficientes y confiables; una nación en la que no mueran asesinados, todos los días, centenares de mexicanos; en fin, una nación auténticamente civilizada, no el territorio violento, bárbaro y ensangrentado que habitamos ahora.
Por ahí tendría que ir la mentada transformación, no por el camino de quitarnos lo poco que todavía tenemos y dejarnos totalmente desamparados ante los actos de autoridad y todavía más avasallados por la delincuencia.