Más allá de que el fenomenal partido que jugaron el Madrid y el Bayern en la semifinal de la Champions League haya menguado grandemente mi disfrute de la Liga MX –otra cosa, lo de aquí: yerros, pérdidas de balón, faltas sin parar, pases fallados y mañosas actuaciones de los jugadores— me digo, a manera de consuelo y para reconciliarme con nuestra realidad futbolística, que la mentada competición local no deja de ser medianamente emocionante.
Comencé a garrapatear estas líneas antes de que tuviera lugar el duelo de titanes, es un decir, entre el ejemplar Pachuca y el no enteramente adorable América (más bien un equipo odiosillo, por más que cuente con millones de seguidores en este indescifrable país) y mis simpatías estaban con los hidalguenses y con su admirable entrenador.
Esperaba yo deleitarme al certificar la derrota de los de Coapa antes de enviar raudamente el artículo a la redacción de ‘La Afición’ (ción, ción, pondría Gil Gamés, alias Rafael Pérez Gay, con quien, por cierto, intercambio siempre mis impresiones de aficionado cuando se están jugando los partidos y quien en algún momento me propuso que armáramos un triunvirato, junto con Aguilar Camín, para darle seguimiento en estas páginas al pasado Mundial de Qatar, pero la idea no prosperó, no sé si porque no llegamos siquiera a plantearla a los jefes o por alguna otra impenetrable razón).
En fin, en lo que toca a lo posiblemente apasionante que pueda ser nuestro balompié, el tema es que el torneo organizado por doña Federación resulta una auténtica lotería y me pregunto, justamente, si no habrá un siniestro acuerdo entre las casas apostadoras y los señores directivos para que los resultados no sean jamás los que dictan la lógica y el sentido común.
Imposible atinarle a la quiniela, para mayores señas, porque en nuestro horizonte futbolístico se aparecen siempre caballos negros para romper absolutamente todos los pronósticos. Y eso, hay que decirlo, así de frustrante que resulte para todos aquellos que se ilusionan con atinarle a los desenlaces y cosechar un muy buen billete, es algo así como el argumento de una novela de detectives o una película de misterio.
En todo caso, hubiera querido seguir cuestionando la sentencia de que en el paisaje futbolístico estadounimexicano había nada más tres equipos realmente competitivos (los dos de Monterrey y los mentados odiosillos), formulada por varios comentaristas al comenzar la actual temporada.
Según yo, el citado Pachuca había levantado la mano y eso, con perdón, era muy saludable porque terminaría (eso esperaba este escribidor) por bajarle los humos a los equipos pretensiosos que se sentían ya con el título en el bolsillo.
Pero, qué caray, un partido no se gana perdiendo constantemente el balón y sin lograr más de tres pases seguidos. De jugar así contra cualquiera de la Champions, al Pachuca le meten seis u ocho goles.
Y ahí sigue el América. ¡Grrrrrrr…!