Se cayó el cielo en el Pacífico mexicano, desbordando ríos y desdibujando pueblos bajo una mortaja de lodo y de piedras. Dos semanas después, con setenta muertos y contando, más de 300 mil almas aún no tienen luz. Hay casi mil kilómetros de carreteras dañados. El gobierno envió a más de 5 mil soldados para paliar el desastre, pero, como siempre, las soluciones escasean mientras las excusas abundan: la gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, salió a informarnos que el río Cazones había tenido un desbordamiento “ligero”. El alcalde morenista de Poza Rica, Fernando Luis Remes, al revelar que nunca se ocupó de levantar un murete de contención que evitaría que las aguas afectaran a la población, exclamó, retador, “que me metan a la cárcel”. Y, ante la falta de alertas que pudieran haber evitado la pérdida de vidas, Claudia Sheinbaum anunció que “no había ninguna condición científica, meteorológica, que pudiera indicarnos que la lluvia iba a ser de esta magnitud”, a pesar de que el Servicio Meteorológico Nacional, días antes, advirtió lo contrario.
En Poza Rica, sobre un jeep, la Presidenta levantó un dedo para callar a unos desesperados que, teniendo poco, lo perdieron todo: “Escuchen, escuchen”, les decía una y otra vez, como si necesitaran diatribas en vez de consuelo. Con todo, hizo mucho más que su antecesor, quien, además de nunca dignarse a visitar a desposeído alguno, desapareció el Fondo de Desastres Naturales (Fonden) alegando una corrupción que jamás llevó ante la justicia. A nadie sorprende que Sheinbaum hoy defienda la decisión del ex presidente vitalicio, pero uno se queda lelo al saber que, apenas el año pasado, ella pidió muy sonriente el voto para el efectivamente corruptísimo ex director del Fonden José María Tapia, ex priista y hoy morenista —vía su satélite verde— que compitió por la alcaldía queretana y que en 2013 fue pillado apostando en Las Vegas mientras los huracanes Ingrid y Manuel dejaban en México 157 cadáveres.
Lo que yo me pregunto es por qué los que se ostentan hasta la náusea como humanistas y de izquierda, luego de desmantelar diligentemente los programas sociales que sí atendían a los ciudadanos más desprotegidos, se muestran en los hechos tan desalmados, tan desinteresados en armar protocolos efectivos para ayudarlos. Sí, se supone que para eso están los médicos cubanos y los Servidores de la Nación, pero su impacto en las comunidades donde han sido destacamentados, más allá de coaccionar el voto a favor del nuevo partido de Estado, es invisible. Los únicos datos que hay, o que había antes de que chisparan al INAI, son los que revelan lo que nos cuestan: los cerca de 20 mil chalecos guindas nos salen, al año, en 3 mil 259 millones de pesos, más cerca de 50 millones en costos de operación, y eso solo en 2023. Los 3 mil y pico de doctores cubanos que México le paga a la dictadura en La Habana nos cuestan mensualmente poco más de 5 mil dólares cada uno. No les cuento los entuertos que se podrían enmendar si esos recursos se usaran para el bien de México antes que para apuntalar el proyecto de poder de esa cleptocracia llamada Morena.