No podemos culpar de toda la disfunción de este sexenio a López Obrador. Siguiendo la ley de la oferta y la demanda, si bien él es un excelso proveedor de ridiculeces, no pocos de nosotros somos consumidores dependientes que, con pupilas dilatadas y manos temblorosas, vivimos atentos a la siguiente barrabasada estupefaciente que nos distraiga del horror verdadero de la violencia impune, la corrupción rampante, la ineptitud asesina, la destrucción de nuestra democracia y la desintegración de nuestra economía.
El Presidente, pues, todas las mañanas le dedica un par de horas no a resolver los problemas del país ni, mucho menos, a informarnos de ellos, sino a tejer con sus otros datos los hilos de la inverosimilitud y la sinrazón para, quiero imaginar, proteger de la realidad a nuestras almitas inocentes de pueblo bueno. Para muestra basta un avión: Verificado —el verdadero, no el plagiado por Notimex— contabilizó que “Seis de cada diez frases verificables afirmadas por el presidente Andrés Manuel López Obrador durante sus conferencias matutinas de prensa, en los meses de diciembre de 2018 a septiembre de 2019, son mentira o una verdad a medias”. Nada para sorprender a nadie: AMLO suele perorar por más de media hora sin aportar información sustancial alguna; cuando no inventa confunde datos, como los nombres de las esposas de los ex presidentes o fechas históricas básicas; echa mano una y otra vez de las mismas muletas formulaicas, culpando de todo y por igual a los conservadores y a los neoliberales y, en vez de abordar la sustancia de los asegunes levantados por sus críticos, los insulta llamándolos vendidos o fifís.
Ese circo propagandístico tiene a sus propios enanos: cómo olvidar a Sandy Aguilera cuando le “preguntó” si usaba cámaras hiperbáricas porque, por su buena condición, “parece corredor keniano”; o a Carlos Pozos quien, apenas pasado el Culiacanazo, se empeñó en conversar con el presidente del juego de los Astros contra los Nationals; a Nino Canún agradeciéndole sentidamente lo que es un derecho y no una prebenda: “Estaba vetado pero ahora se me abren las puertas cuando llega usted a la Presidencia. La libertad de expresión acaba con la ley mordaza y yo estoy muy agradecido con usted, señor Presidente”; a Isabel Arvide pidiéndole moche o a Bernabé Adame conmovido por haberle permitido, no preguntarle, porque “Yo no puedo, no puedo cuestionarlo … estamos con AMLO sin condiciones”, sino alabarle que “Se levante tan temprano a las conferencias mañaneras, de acostarse tan noche y de trabajar sin descanso”, terminando con una santa convocación: el bloguero le pidió a los seguidores de la 4T, ante la sonrisa complacida de su führer, que paren “a todos los que se están queriendo elevar”; es decir, azuzó a la turba contra los periodistas de verdad que osan hacerle a López Obrador preguntas reales.
La realidad es que las inútiles y cívicamente tóxicas mañaneras no existirían si los medios serios dejaran de cubrirlas, o si los petardos de humo que el tabasqueño lanza cada mañana no distrajeran a los ciudadanos de los asuntos que realmente son urgentes.
Tomen asiento.
@robertayque