Ayer comenzó en Nueva York el primero de los cuatro juicios penales contra Donald Trump, el único ex presidente en la historia de los Estados Unidos en enfrentar cargos criminales. Estos los presenta Alvin Bragg, fiscal de la isla de Manhattan.
Trump trató de frenarlo con uñas y dientes, lanzando apelaciones sin ton ni son y atacando personalmente al juez Juan Merchan y a su hija en sus redes sociales. En las cortes sus argumentos no llegaron a nada, y ayer comenzó la selección del jurado que decidirá su suerte respecto a 34 cargos relacionados con falsedad de declaraciones. La fiscalía se centrará en el caso de Stephanie Clifford, mejor conocida como Stormy Daniels, la actriz porno con quien Trump tuvo queveres en 2006, meses después de que su esposa Melania hubiera parido al hijo que tienen en común; que haya quien le compre ser la encarnación de los mejores valores cristianos es como para perder la fe en la humanidad.
El asunto es que en octubre de 2016, en lo más álgido de su primera campaña presidencial, Trump le pagó a Stormy 130 mil dólares para asegurar su discreción, lo cual por sí mismo no es delito. El asegún legal viene cuando, para esconder el pago de todo registro, incluyendo los fiscales y de campaña, el futuro presidente le ordenó a su entonces abogado, Michael Cohen, hacer el pago desde su propia chequera para luego serle reembolsado por Trump en cómodas mensualidades —os lo juro— de 35 mil dólares bajo el rubro de “servicios de asesoría y profesionales”.
Además de este esquema, Trump silenciaba a sus mujeres incómodas a través del National Enquirer, un pasquín morboso que publica abducciones extraterrestres y chismes baratos. Su dueño y editor, David Pecker, viejo aliado del agente naranja, compraba las comprometedoras historias, le hacía firmar exclusividad a las chicas y luego enlataba los textos para siempre. De nuevo, nada ilegal, pero al hacerlo para influir en el resultado de una campaña política la transacción es considerada una contribución y como tal debe ser reportada. ¿Cosita de nada? No en los países donde los votantes consideran importante saber a quién le deben favores sus funcionarios públicos.
Al ser un juicio penal Trump no tiene opción: deberá estar presente a lo largo de todo el proceso. Ayer por la mañana el juez le leyó la cartilla: “Si subvierte el proceso se le puede excluir de la corte e ingresar a prisión… El juicio continuará en su ausencia… Y si no se presenta ante la corte se le arrestará. ¿Entiende?” A lo cual Trump contestó: “Entiendo”.
Los cargos desde Manhattan no son tan graves como los de los documentos ultrasecretos encontrados en el baño de Mar A Lago, los de la toma del Capitolio o el intento de revertir el resultado de la elección. Pero aquí va a estar el abogado que operó el trance, y que fue enviado a la cárcel por esta misma conducta sin que Trump le tirar una liana, y una estrella porno lenguaraz, afilada y sarcástica, con mucho camino recorrido y todo de terracería, recontando en audiencia pública los mejores éxitos eróticos de quien es visto por sus seguidores como el representante de Cristo en la tierra.
Agárrense.