No conozco a Jorge F. Hernández. Lo más cerca que hemos estado es en la vecindad de estas páginas, pero su cese me parece grave y poco digno, abusivo en el fondo y en la forma. El pecado de Hernández parece haber sido pitorrearse con elegancia y humor de los dislates de Marx Arriaga, el niño de los ojos de la señora del Presidente y por su merced —porque ha quedado claro que no es por su capacidad o trayectoria— primero director de Bibliotecas y luego de Materiales Educativos de la SEP. Arriaga afirmó en su ponencia “Formación de docentes lectores en la escuela normal”, con una enjundia que envidiarían las juventudes revolucionarias maoístas, que, bajo su nueva visión educativa, el libro no debe verse como una mercancía que se acumula solo para provocar ensoñación, diversión o placer, sino como una “Herramienta de desarrollo social”, lamentando que “en ninguna campaña de lectura se dice que leer te ayudará a combatir abusos laborales … marginación o violencia de género”, y acusando de que “leer por placer es un acto de consumismo”. No me parece que la niñez mexicana vaya a arrojarse a devorar páginas encendida exclusivamente por un acrisolado sentido del deber patrio, como los cubanos a la zafra, pero qué voy a saber yo, que me entrego a cada rato a los peores placeres consumistas.
Arriaga quiso acusar a sus detractores espetando que él nunca escribió la palabra “capitalista” citada en los medios, lo cual es cierto, pero debió ser por omisión, porque el mote le queda al pelo al sentido de su manifiesto redondamente ideologizado y fanatizante. Afortunadamente para él no alcanzó los abismos del doctor Enrique Márquez, director de Diplomacia Cultural de la SRE, quien anunció el cese en un comunicado con errores de dedo y citando mal el apellido de nuestra embajadora en España. No contento, después quiso aclarar que el despido no había sido por censura alguna, sino por las expresiones “ofensivas y misóginas” del escritor contra dicha embajadora. El problema son tres: uno, que la embajadora se asombró tanto como Hernández de que la mentaran en el enredo; dos, que las supuestas ofensas se recogieron en una cena pequeña y privada y tres, que cuando Ricardo Valero, nuestro ex embajador en Argentina, fue detenido por la policía a fines del 2019 al ser visto robando en la librería El Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires, no solo no fue cesado, sino que lo defendieron a capa y espada —López Obrador pidió evitar linchamientos, y tanto Pedro Salmerón como Fernández Noroña quisieron retratar al diplomático como todo un héroe antisistema en contra de los libreros capitalistas voraces— hasta que, dos meses después, reincidió en el aeropuerto al apañar una camiseta en el duty free. Entonces lo despidieron, pero explicando su comportamiento no como grave ni poco digno, sino como el resultado de una enfermedad mental. Falta ver si su mala salud fue también la causa del abuso sexual contra una menor del cual fue acusado muy poco después.
Por lo visto, la superioridad moral de nuestros nuevos talibanes tiene la piel tan rancia como delgada.
@robertayque