Política

El espectro de Somoza

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La Cancillería, en la buena compañía de Rusia, China, Siria, Corea del Norte, Irán, Cuba y Venezuela, decidió enviar a Nicaragua una delegación para legitimar al dictador Daniel Ortega. Al poco tiempo recibió los merecidos zapes de organismos internacionales de derechos humanos, de activistas pro democracia y, en general, del mundo libre, tras lo cual los adláteres de Ebrard anunciaron que siempre no, que el canciller y su personal estarían ese día —o sea, ayer— en una reunión de embajadores y cónsules.

Alguien le preguntó al respecto a López Obrador en la mañanera de ayer y éste, enterándose de que la ceremonia sería esa misma tarde, anunció que faltaba más, que a falta de embajador sería Ramiro Ayala, jefe de negocios en la embajada de México en Nicaragua, quien iría en representación de México: “Vamos a ver si da tiempo de que llegue porque nosotros tenemos buenas relaciones con todos y no queremos ser imprudentes… o sea no es el gobierno pasado que por quedar bien con otro gobierno expulsó al embajador de Corea del Norte”, dijo.

Hablando de sátrapas, Ortega llegó al poder a mediados de los 80 montado en una revolución que en 1979 derrocó al sanguinario Anastasio Somoza y, a la siguiente vuelta, los ciudadanos lo cambiaron por Violeta Chamorro. Aprendió la lección; en 2007, al haber negociado que los candidatos pudieran ganar con solo 35 por ciento de los votos, regresó para dedicarse en cuerpo y alma a desmantelar toda institución que sostuviera la nueva y frágil democracia del país. El antes guerrillero de izquierda, que hasta la fecha dice ser el único adalid de los pobres y oprimidos, implementó generosos programas sociales claramente personales y electorales, aliándose con viejos enemigos como la Iglesia, declarándose cristiano y prohibiendo el aborto, y con los empresarios de derecha del Partido Liberal Constitucionalista, el de Arnaldo Alemán, quien luego de robarse más de 250 millones de dólares la pasa hoy en una cárcel de oro que hubiera envidiado hasta el mismísimo Lozoya, antes del pato.

Entre el océano de cosas que parece desconocer López Obrador al querer apuntalar a Daniel Ortega está que los comicios de noviembre pasado fueron repudiados por el mundo civilizado en pleno; que el dictador llevó a Nicaragua a ser el segundo país más pobre de América Latina, después de Haití; que una y otra vez ha lanzado a la policía contra los ciudadanos en protesta, sumando a la fecha a más de 300 jóvenes cadáveres; que un poder judicial copado no duda en criminalizar la libre expresión; que se sirve del poder del Estado para manipular las elecciones y torturar y encarcelar en condiciones infrahumanas a sus rivales y, dejando todo lo anterior en el polvo, que violó durante más de 20 años a su hijastra, Zoilamérica Narváez, comenzando cuando ésta tenía 11 años, cuando le dijo que no pusiera tan mala cara, que “con el tiempo esto te va a gustar”. Ante las acusaciones, la respuesta de la madre, Rosario Murillo, fue acusar a su propia hija de “complotar con los enemigos del sandinismo”.

Ignominia, hoy en México tu nombre se llama soberanía.

Roberta Garza

@robertayque


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Roberta Garza
  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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