
Los cuerpos son el lienzo donde, en México, se escriben los mensajes de la guerra. Son la prueba reiterada de una voluntad que no busca solamente arrebatar la vida a un ser humano, además exhiben la decisión deliberada de tatuar en su piel las palabras del odio.
A las 05:30 de la madrugada del pasado seis de enero, cuando la mayoría de los hogares esperaba la visita de los Reyes Magos, una camioneta color gris fue abandonada frente a la puerta del Palacio de Gobierno en Zacatecas.
Hallaron dentro diez cuerpos torturados y sin vida como regalo para la ciudad. La hora, el día, el sitio y el tormento fueron datos sustantivos del mensaje.
Esa mañana la población zacatecana habrá constatado algo que ya sabía, que vive en uno de los lugares más peligrosos del continente y quizá del mundo.
También habrá hecho propio el miedo que se produce cuando la amenaza del criminal tiene como destinatario al gobernante; peor angustia resentiría cuando el gobernante, nada compasivo, resolvió el caso trasladando a sus predecesores la responsabilidad de la tragedia.
“Nada nos detiene”, son las palabras escritas con la sangre amoratada de las víctimas: la animosidad del hombre contra el hombre no encuentra barricada que la contenga.
No es posible comprender estos hechos solo a partir de la batalla entre empresas criminales que tratan de adueñarse de un territorio determinado. En la representación de este ritual hay más que eso, hay placer, horror y narcisismo.
Al mismo tiempo en que se emitía este mensaje, otro correo se estaba redactando en Veracruz, igualmente sobre carne y huesos humanos.
Un video transmitido en redes sociales da cuenta de la exhibición de siete varones y dos mujeres despojados de su ropa, hincados y con las manos entrelazadas tras la nuca, mientras un comando del Cártel Jalisco Nueva Generación apunta con armas largas.
Más tarde, los restos sin vida de estas mismas personas fueron hallados en pila a la vera de la carretera que conecta a la población de Las Tinajas con Cosoleacaque.
El ritual roza los extremos: no solo es grandilocuente sino iracundamente sádico. El tormento vuelve a ser parte toral del comunicado, así como la desnudez y la teatralidad de la escena.
“¡Los adversarios no solo morirán, porque antes habrán de padecer horrores!”, refiere el metatexto.
Con el objeto de conjurar una interpretación equivocada, el perpetrador también se filmó a sí mismo —fascinado con la ostentación de su poder— para comunicar a la autoridad el enfado provocado por la complicidad que supuestamente sostiene con sus adversarios.
Es falso que estas representaciones de la maldad sean los modos más eficaces de comunicación; incluso entre criminales habrá de tenerse conciencia de ello.
Hay algo fundamental en las escenas de Zacatecas y Veracruz que requiere ser observado; en paralelo a una guerra entre facciones de delincuentes, en México se instaló desde hace más de tres lustros una crisis provocada por las emociones más agresivas que puede experimentar el ser humano.
Es obvio que la exaltación de la maldad trasciende los propósitos del negocio al que se dedican estas empresas.
La psicología que redacta los mensajes, que perpetúa la maldad y que impone tanto horror, no solamente perfila la demencia de los perpetradores, sino que también describe a la sociedad donde ocurren los rituales de la indecencia.
En efecto, el verdadero triunfo criminal ocurre cuando el ánimo de quienes atestiguamos estos hechos conduce a mirar hacia otro lado.
“¡Una masacre más!” es lo que nos decimos con indolencia cada vez que minimizamos la noticia.
Con el transcurrir de estos años indecentes las emociones de compasión y simpatía han ido agotándose hasta ser sustituidas por la apatía.
Ellos lo saben: ritual tras ritual han ido cincelando nuestra insensibilidad. Sus rituales son también los de nuestra deshumanización.
En México ocurre un asesinato cada 14 minutos y en solo tres días sumamos el mismo número de muertes violentas que España acumula en todo un año.
Mientras tanto el liderazgo político dispara culpas hacia atrás y con ello nos convoca a ejercer la resignación.
Afirma el Consejo Nacional de Seguridad Pública que el 2022 podría ser peor a los anteriores.
Los rituales de la indecencia retratan la época que estamos viviendo y también la responsabilidad que cada cual tiene sobre su repetición.
La advertencia es del escritor danés Aksel Sandemose: “Las derrotas han de salir a la luz, y no ocultarse, pues son las derrotas las que nos hacen personas. Aquel que no llega a entender sus derrotas no aprenderá nada para el futuro”.
Los rituales de la indecencia son los mismos de la derrota compartida que al no asumirse ha continuado necedad, arrogancia y ceguera.
La resignación es una emoción a la que puede renunciarse y la maldad tiene cura, siempre y cuando sepamos conjurar la animosidad promovida desde todos los frentes para colocar en su lugar emociones distintas.
Ricardo Raphael
@ricardomraphael