
Para Catherine Andrews, secretaria académica del
CIDE, por su desobediencia…
Narra el Talmud sobre un grupo de sabios enfrascados en una conversación, a la vez álgida y sin importancia, donde cada uno invertía su mejor argumento para demostrar que llevaba razón.
Uno de ellos, el rabino Eliezer, incapaz de resignarse ante la necedad de sus colegas presumió que Dios coincidía con su pensamiento. Para probarlo dijo: “el Todo Poderoso hará que ese inmenso árbol se desplante, camine y vuelva a enraizar 60 metros más adelante. Entonces sabrán que tengo razón”.
Ante la perplejidad de los que estaban reunidos, aquel árbol hizo tal cual había dicho el sabio.
Sin embargo, el milagro no convenció y la discusión continuó como si nada.
De nuevo Eliezer insistió con otro milagro: “si tengo razón el Todo Poderoso hará que ese arroyo desvíe su cauce”.
Otra vez ocurrió tal cual lo ordenado, pero los discursantes menospreciaron nuevamente el suceso: “un arroyo nada puede probar a propósito de lo que estamos discutiendo”, aclaró el rabino Iehoshua.
Desesperado, Eliezer convocó al Todo Poderoso para que, con su propia garganta, desestimara las voces de sus oponentes.
Entonces una voz se escuchó desde el cielo coincidiendo con quien había demostrado su verdad a partir de los milagros previos.
Sobrepasado por el incordio, el rabino Iehoshua refutó al Todo Poderoso recordándole que la ley de los seres humanos no está en los cielos y que una discusión como la que estaban sosteniendo debía resolverse conforme al decir de la mayoría y no mediante obras milagrosas.
La anécdota concluye con una carcajada de Dios, quien termina aceptando, orgulloso de sus hijos, que aquellos rabinos resuelvan sus disputas sin intervención celestial (Baba metzia 59b).
Más de 10 siglos tiene esta metáfora sobre la libertad donde se aborda a la desobediencia como el primero entre los actos de la razón humana.
El sabio Eliezer se equivocó al suponer que podía vencer a sus contertulios impostándose como influyente mago, pero los otros no cayeron en el juego: aún si el poder celestial tenía una opinión distinta a la de la mayoría, no estuvieron dispuestos a renunciar a su raciocinio.
Incontables han sido las tragedias humanas ocurridas por la abdicación de las mayorías a esta misma libertad para cuestionarse y luego actuar en consciencia.
No es cierto que todos los seres humanos valoremos la libertad con igual convicción. El sabio Eliezer conocía bien el funcionamiento del anhelo de sumisión, como en el siglo XX llamó el psicólogo alemán Erich Fromm a las pulsiones que empujan a los seres humanos para rendirse inopinada e incondicionalmente ante sus semejantes.
En Los Hermanos Karamasov, Fiódor Dostoyevski define de manera impecable este anhelo: “Necesidad más urgente que la de hallar a alguien al cual pueda entregar, tan pronto como sea posible, ese don de la libertad con que, oh pobre creatura, tuvo la desgracia de nacer”.
Nuevamente en palabras de Fromm: “el individuo aterrorizado busca algo o alguien a quien encadenar su yo (porque) no puede soportar su propia libre personalidad”.
En su libro, El Miedo a la Libertad, ofrece un listado de motivos para explicar el carácter de las personas que prefieren rendirse. Destacan el temor a la inseguridad y la incertidumbre, la sensación de irrelevancia y la carga de angustia que provocan las dudas.
Ante el vacío que se abre para quien debe hacerse cargo de conducir su existencia, algunas personas suelen delegar tamaña responsabilidad.
Obviamente, para que el anhelo de sumisión suceda es indispensable que haya quien desee apropiarse de ese poder. Alguien con la vanidad bien ajustada al cuello como para tomar control y gobernar sobre una materia que originalmente no era suya.
Cuando ambas personas coinciden en sus respectivos deseos, —el poderoso mago y el desposeído (por decisión propia)— comienza a gestarse un sistema que trasciende el carácter de los individuos, para dar origen a un carácter social que escalará el anhelo de sumisión y tendrá gran influencia sobre lo que está permitido o debe ser prohibido en toda una comunidad.
Una sociedad cuyo carácter ha sido herido por el anhelo de sumisión tiene como síntoma principal la hostilidad frente a cualquier acto de rebeldía y también un discurso rotundo para silenciar la duda, la reflexión, los argumentos o las acciones que desentonen con la voz del poderoso.
Contra lo que podría suponerse, el anhelo de sumisión no es pasivo. Como cualquier otra neurosis es compulsivo a la hora de conseguir la conformidad de los inconformes. En esto se parece al estado alterado por la droga o el alcohol que apacigua a algunas personas, pero a otras las vuelve agresivas y pendencieras.
Para los practicantes del anhelo de sumisión la dignidad de la consciencia propia está sobrevalorada, por egoísta y partidaria del individualismo.
Y, sin embargo, como en la metáfora del Talmud, ni un árbol mágicamente trasplantado, ni un arroyo que mueve su curso, ni la voz del Todo Poderoso, deberían ser nunca argumentos que suplanten la principal virtud de la humanidad: la libertad de razonar, decidir y hacer. La posibilidad de ser herejes a toda hora y en cualquier circunstancia. La dignidad que se produce al refutar con argumentos a quien consideramos que está equivocado.
Ricardo Raphael
@ricardomraphael