Mientras que una persona promedio puede hacer un brinco vertical de aproximadamente 40 centímetros, un pulga puede llegar a brincar 200 veces su tamaño. El científico Henry Bennet-Clark planteó en 1967 que todo estaba en la mecánica del pié de la pulga (tarso), que eso era la razón del impresionante impulso y 44 años después la Universidad de Cambridge lo confirmó. No obstante a esa capacidad de salto, también resulta interesante ver que si se toma un grupo de pulgas y se les encierra en un frasco, si bien intentarán saltar, al cabo de un par de días que se destape el frasco brincarán automáticamente hasta el límite que les marcó la tapa, no más. Son suficientes 48 horas de frustración para mediocres saltos que no exploten sus capacidades reales porque aprendieron a no ir más allá.
Recientemente se publicaron los datos del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes o prueba PISA que, para el caso mexicano, midió las capacidades de 6,288 estudiantes de 15 años en el aprovechamiento de sus conocimientos y habilidades de lectura, matemáticas y ciencias, en la atención a retos de la vida real. Y a pesar de que se ha presumido a México como la economía 11 del mundo, está a nada de ser el último de los países integrantes de la OCDE. Y es que los resultados han sido lapidantes para el futuro de un país que ha desaprovechado un bono demográfico que difícilmente volverá a ver y para el que no mejoraron las condiciones mínimas de educación.
Deficiencias en recursos humanos, materiales y equipo, problemas de desigualdad, pobreza, inseguridad y género, han permitido un caldo de cultivo que además de explicar (no justificar) el retraso educativo mexicano, deja sin armas al estudiantado en un contexto global en el que se ha reconfigurado la demanda de capacidades laborales. Por ejemplo, la necesidad de una formación más robusta en tecnología que ya es un componente transversal presente en todas las disciplinas, pero que hoy no es prioridad para la política educativa mexicana. Quizá lo peor de todo es que, a pesar de recibir periódicamente un diagnóstico que muestra mucho de lo que se puede hacer para mejorar las condiciones educativas mexicanas, se le da carpetazo al amparo de argumentos como que los parámetros de dicha evaluación son producto de un periodo neoliberal y por tal razón carecen de validez, no sirven pues. Una especie de gigantesca tapa que impide que ese tarso del conocimiento en la juventud mexicana brinque hasta donde sus capacidades le permitan. Aunque muchos lo intentarán, un decreto, una reforma, un presupuesto o alguna ocurrente decisión, los sentenciará a una educación enfrascada que no les dejará aprender a ir más allá para mejorar un país que tanto lo necesita.