Estamos inmersos en una etapa de grandes cambios.
Uno, es el paso del poderío unipolar de EUA a la multipolaridad constituida por EUA, Unión Europea; China, India y Rusia; todos compitiendo entre sí por el predominio militar y económico.
Otro, es el fin del neoliberalismo que en su oportunidad fue él paladín de la globalización, el emprendedorismo, y la solución a la inequitativa distribución de los bienes.
El neoliberalismo que al principio del siglo XXI fue novedoso y próspero, devino en la repetición del dejar hacer, dejar pasar (laissez faire, laissez passer), esto es, la no intervención gubernamental en la economía, dejándola a merced de las leyes del mercado.
Eso generó la abismal desigualdad entre el gran capital y el trabajo; y trajo la desilusión democrática.
Ahora, por el bien común, el problema es cómo revitalizar la democracia.
Cómo reavivarla para eludir el socialismo de estado y el fascismo; y los populismos de izquierda y derecha que llevan a la ruina socioeconómica.
Teóricamente, la democracia occidental conjuga tres formas buenas de gobierno: la monarquía, la aristocracia y la timocracia, esto es, el gobierno de uno, de los mejores y de los escogidos por su honor y valores.
Representadas, toda proporción guardada, en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial
El predominio injusto de cualquiera de esas tres formas pervierte la democracia desviándola hacia la tiranía, la oligarquía, o a la demagogia populista.
Las perturbaciones actuales pueden desembocar en la violencia como vía para los cambios; o podemos privilegiar el perfeccionamiento de la democracia mediante el equilibrio entre la regulación de la economía y el libre emprendimiento; el uso legal de la fuerza pública para la pacificación y el orden y las libertades civiles.
En fin, equilibrar para que haya autoridad y libertad; desarrollo económico y justicia social.
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