Ojo: no Alberto Aguilera. Como en el caso de David Bowie que no era David Robert Jones, Juan Gabriel, el personaje glam, excesivo, andrógino, genio, ídolo, leyenda, estatua, es de quien lo quiera usar.
Igualito que con Bowie, yo tengo mi Juan Gabriel. Ese es el espacio de la utilidad pública, cada quien lo use como le viene en gana. Así que si lo quieren hacer icono gay, adelante; líder de la canción romántica, creador de melodías, contador de historias, personaje de serie de televisión... Todo se vale con la figura pública. A Don Alberto los familiares lo han convertido en cenizas, muy su derecho. Pero finalmente se les cuela por la puerta la fama y la presión que su padre absorbió con tanta elegancia hasta el día de su muerte. Ellos no podrán contener esa necesidad, no les alcanza para guardar semejante portería y no tendrán de otra que abrir la puerta a los homenajes, las flores, los discursos, los interminables cantos y llantos; Bellas Artes y la Presidencia.
El personaje es para todos; hasta para que Nicolás Alvarado se meta en problemas y quieran sacarlo de Tv UNAM por negar la estatura de ídolo de la persona, criticando sus virtudes literarias. Para mí no hay tal cosa; porque describir aquel o aquella que sea “la tristeza de los ojos” de alguien implica una gran capacidad de síntesis, casi exclusiva de los José Alfredos de este mundo.
Ser popular es el precio que se paga por hacer lo que a uno se le pega la gana y querer exhibirlo ante la mayor cantidad posible de personas. Ese es el precio que Alberto Aguilera pagó y supo pagar, al mismo tiempo que protegió una familia entera en su privacidad. Nada sabemos de los hijos de Juan Gabriel, pero ahora les toca a ellos tomar la estafeta frontal de la defensa del icono de la única manera posible: sacándolo a la luz, permitiendo que todos tomen lo que quieran y necesiten de él, que a eso es precisamente es a lo que se refiere, bien o mal, la grandeza popular. Bellas Artes, allá vamos. Uno de tus hijos favoritos necesita su homenaje.
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