Sociedad

Como a todo buen policía, lo mataron por la espalda

  • Historias negras
  • Como a todo buen policía, lo mataron por la espalda
  • Raúl Martínez

En la Agencia Estatal de Investigaciones, todos lo conocían como el comandante Jerry. Por su entrega, disciplina, valor y talento había logrado ser un detective respetado y admirado.

Sí, Gustavo Gerardo Garza Saucedo había nacido para ser policía, amaba su carrera, por eso estudió y se preparó para ser el mejor. Lo demostró en plena acción.

A buena lid se ganó el puesto de coordinador del área de Robos de la Policía Ministerial. Nunca defraudó a sus jefes porque supo desempeñar su puesto con valentía y justicia.

Su presencia dentro de la corporación fue positiva. En su grupo impuso cambios, renovó actitudes y alentó a su personal para trabajar sin tregua en bien de la sociedad.

La motivación que les diera el comandante Jerry a su grupo de agentes dio buenos resultados en su lucha contra el crimen.

Lo que más impulsó a los agentes fue su estrategia para ubicar y enfrentarse a los delincuentes, sin que se arriesgaran a ser blanco mortal de los facinerosos.

Dentro de su carrera, los éxitos del comandante Jerry fueron muchos: logró rescatar a víctimas de secuestro, atrapó a extorsionadores, ladrones de residencias y desarticuló bandas de peligrosos criminales.

Como era de esperarse, se ganó el odio y el resentimiento de los delincuentes que persiguió, atrapó y puso tras las rejas.

Esos criminales que vivían para dañar y perjudicar a la sociedad nuevoleonesa no solo sentían rencor por el comandante Jerry, sino que deseaban aniquilarlo.

Sus jefes, el director de la AEI, Guadalupe Saldaña, y el entonces procurador Adrián de la Garza Santos se sentían satisfechos con su trabajo y sus resultados.

Pero ellos dos, que bien conocían la crueldad y las vendettas de los delincuentes, le recomendaban que se cuidara. Les agradeció. Él sabía que su trabajo era peligroso.

La prueba era que el 25 de febrero de 2012 habían ejecutado y calcinado en su auto al agente Víctor Alejandro Méndez Leal, quien pertenecía al grupo de Robos.

Cinco días después, el 2 de marzo secuestraron y ejecutaron al comandante Antonio Montiel, de la Ministerial de San Pedro.

El comandante Jerry estaba consciente que su vida estaba en constante peligro. Se cuidaba. Tenía por quién vivir. Su joven esposa y dos hijitos lo bendecían y lo esperaban.

Para proteger a su familia se había cambiado a una colonia privada, bardeada y con vigilancia las 24 horas, ubicada en el municipio de Apodaca.

En el 2012 comenzó a recibir constantes amenazas de muerte de los capos y sicarios del crimen organizado. El comandante Jerry no se amedrentó.

Con sus artimañas, los delincuentes comenzaron a seguir al comandante Jerry. Pronto supieron que vivía en la colonia Haciendas del Carmen, en Apodaca.

Para saber más sobre sus movimientos, con dinero compraron la voluntad de uno de los guardias que vigilaba las entradas y salidas de todos los vecinos.

El velador les proporcionó el número exacto de su casa y la hora aproximada por las noches cuando regresaba de sus labores. También les dijo que no llevaba guardaespaldas.

La madrugada del 19 de febrero, luego de muchas horas de arduo trabajo, el comandante Jerry llegó en su vehículo a la colonia privada donde vivía.

El velador lo saludó sin verle la cara. El comandante, sin sospechar que estaba por ser atacado, ingresó confiado a su colonia. Bajó de su camioneta frente a su casa y se escuchó una fuerte detonación.

El comandante Gustavo Gerardo Garza Saucedo cayó herido de muerte. El cobarde sicario escondido entre la oscuridad le había disparado por la espalda.

La familia del comandante y los vecinos pidieron auxilio. Pronto llegaron los paramédicos. Nada pudieron hacer. Estaba muerto.

La noticia corrió rápido. El director de la AEI, Guadalupe Saldaña, y decenas de agentes llegaron al lugar del crimen.

Los peritos buscaron evidencia. Hallaron en un terreno aledaño a la colonia un casquillo calibre 50 y un tripié colocado sobre la barda perimetral.

El asesino había sido un francotirador. Le disparó desde una barda a 70 metros de distancia con un fusil de asalto Barret. Lo mataron a mansalva.

Con su muerte acabaron con un hombre de muchos valores, con un excepcional policía que entregó su vida, arrojo y conocimientos para resguardar a la comunidad.

El comandante Jerry supo cumplir con su deber, por eso su familia, amigos, compañeros, jefes, incluyendo al procurador Adrián de la Garza y el gobernador Rodrigo Medina lo despidieron con honores y una guardia en el Palacio de Gobierno.

También fue ovacionado porque fue excepcional como hijo, esposo, padre y amigo. En el edificio de la corporación se colocó un moño negro como luto por la muerte del comandante Jerry.

Días después de su lamentable muerte, sus compañeros ministeriales capturaron al velador de la colonia. Confesó que le pagaron para que les diera información; delató a otros sicarios.

También los atraparon. Ellos proporcionaron los datos del asesino; era un desertor del Ejército de nombre Humberto Víctor Galindo El Guacho, quien se había unido a Los Zetas.

Era experto en armas de alto poder. Según sus delatores había ejecutado a más de 20 personas.

El 23 de marzo, luego de una afanosa búsqueda, elementos de la Policía Ministerial lograron ubicar al asesino del comandante Jerry en una quinta ubicada en Santa Catarina.

Cuando iban por él, El Guacho y otros sicarios les dispararon. Los agentes respondieron la agresión. El asesino desertor cayó abatido, los demás lograron huir.

Por fortuna, el ejemplo que dejó este gran policía, valeroso y gallardo, es que cuando se ejerce el oficio con entrega y honor, los criminales nunca darán la cara porque son cobardes.

Por eso quienes matan por la espalda no viven mucho tiempo, mientras que hombres como el comandante Jerry vivirán para siempre en las historias de los policías valientes. 


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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