Ricardo Arredondo llegó al campeonato mundial porque siempre quiso ser el mejor. Era un muchacho flaco cuando llegó a la CDMX para convertirse en ingeniero. Había practicado en forma ocasional el boxeo en Apatzingán, pero su objetivo era estudiar. El principio fue difícil y sobrevivió gracias a Raúl Solís, “el Yuca”. Solís le proporcionó alojamiento y sustento en su pequeño restaurante a cambio Ricardo hacía la limpieza del local. Arredondo visitó el legendario gimnasio “Baños Jordán” y ahí le renació la idea boxear. Tuvo la suerte de encontrarse con un manager joven que soñaba con fabricar un campeón: Ernesto Gallardo quien era un enamorado del pugilismo y de las damas. Peso gallo alto y con talento. Brazos y piernas largas que sabía usar para dominar a sus oponentes. Comenzó a ganar peleas pero no exponía. No se entregaba a la pelea abierta, hasta que en la Arena Coliseo le llegó la oportunidad de hacerle frente al muy calificado “Maestrito” López. Combatió como nunca, sin dar ni pedir tregua. Fue una pelea intensa que emocionó. Al final la decisión fue para López. En el vestidor Arredondo declaró a los periodistas: “El ganó, pero yo seré campeón mundial”. Así fue. Inició una campaña formidable que lo llevó a Filadelfia y ahí, se convirtió en figura al vencer a Sammy Goss y Augie Pantellas, el par de ases de aquellos rumbos. Disputó el título mundial al japonés Hiroshi Kobayashi y perdió por puntos, pero esa misma noche cambió su destino porque conoció al empresario Lope Sarreal quien le consiguió otra oportunidad titular ante Yoshiaki Numata, a quien noqueó en Sendai Japón, para coronarse monarca. Sus triunfos empezaron a contarse por salida a los cuadriláteros al igual que sus conquistas amorosas. Sostuvo un tórrido romance con famosa reportera de Televisa. Se iniciaron sin freno sus andanzas nocturnas. Aspirantes a vedettes y cantantes fueron su principal objetivo. El 14 de julio de 1973 en el Palacio de los Deportes lo llenó con 20 mil personas para verlo contra el sensacional Jesús “Mortero” Alonso invicto y con nudillos de acero. Ricardo jugó con él, lo derrotó en toda la línea, le enseñó la cruel senda de la derrota y se montó en la cumbre. Pero ahí también se inició su debacle pues sus francachelas no tenían límite. El licor, las parrandas, las mujeres y la irresponsabilidad lo deterioraron rápidamente. Perdió el título ante Kuniaki Shibata y no volvió a ganar una pelea importante. Llegó el retiro y el regreso a su Apatzingán en precarias condiciones económicas. Tiempo después falleció en un accidente automovilístico. Una lección de vida.
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Cumbre y ocaso: Ricardo Arredondo
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Raúl de la Cruz
Jalisco /